Análisis

José Antonio González Alcantud

Catedrático de Antropología Social de la UGR

El foco indebido en los monumentos andaluces

Dejen la Alhambra, la Mezquita y la Giralda en manos de los especialistas

A simple vista llama la atención que en los últimos tiempos tenga más recepción al-Ándalus y su problemática convivencial en lugares como Estados Unidos, Polonia o Bosnia que, en España misma donde hay un intento persistente en degradar y negar toda bondad a aquel período histórico. Autores como los norteamericanos E. Calderwood, Ch. Hirschkind o Ch. Civantos, la canadiense E. Mcllwraith, la británica A. MacSweeney, escritores polacos como S. Strasburger, A. Lipczak o cineastas como el bosnio B. Périsic han publicado libros juiciosos o películas sobre lo que significa al-Ándalus, desde diferentes perspectivas. Es de agradecer que fuera de España se nos vea como una fuente de inspiración histórica en lo tocante a convivencia, habida cuenta de las complejidades y conflictos de un mundo desbocado como el presente. Casi todos estos autores tienen alguna deuda con la semilla que plantó en el mundo exterior el historiador andaluz Américo Castro, con el cual aún mantenemos una deuda pendiente. Castro sostenía que el problema genuino de España procedía de la disolución de las tres culturas, dando paso a la unicidad que nos ha caracterizado durante siglos. No es de extrañar que su influencia haya tenido más predicamento fuera que dentro de España.

Resulta extraño, pues, que desde medios locales se ponga insistentemente el foco –término que recuerdo empleó el gran arabista Emilio García Gómez: “Foco de luz antigua sobre la Alhambra”- en los monumentos que el pasado islámico creó en al-Ándalus, y que han sobrevivido, entre otras cosas, gracias a la protección de la monarquía y del Estado, y de los propios ciudadanos, que los tomaron como cosa propia, y los mimaron a lo largo de los siglos. Sólo así podemos explicarnos la supervivencia de los tres más importantes de Andalucía: la mezquita cordobesa, la Giralda sevillana y la Alhambra granadina. E incluso, la existencia de un estilo mixto, sui generis, el mudéjar, que según Torres Balbás encarnaba frente al barroco un “estilo nacional fallido”, que dejó entre nosotros infinidad de representaciones arquitectónicas, entre ellas los Alcázares de Sevilla. Cuando el fanatismo, enarbolado en varias ocasiones por el capítulo catedralicio de la catedral cordobesa quiso eliminar la mezquita, la mano del emperador Carlos V a petición del cabildo municipal paró bajo pena de muerte cualquier destrucción. En la Alhambra los reyes no mandaron eliminar de sus paredes las exaltaciones a Alá, ni tapar los poemas que realizaron Ibn al-Yayyad, Ibn al-Jatid e Ibn Zamrak. Esto resulta prodigioso, porque como M. Métalsi señaló hace años, de haber continuado en manos de los musulmanes, lo lógico hubiese sido que los palacios hubiesen sido derruidos para construir otros, intentado superar en esplendor al precedente, siguiendo una inveterada tradición.

Es difícil de entender, en esta línea que, en determinados sectores relacionados con los estudios de seguridad, los cuales por cierto debía hacer sus simposios con menos publicidad y más sigilo, se anuncie cada poco tiempo, que los monumentos islámicos de Andalucía son un codiciado objeto por parte de poderes que unas veces están amparados en las tinieblas, como el Daesh, y otras son Estados, como el turco. El asunto viene motivado porque Erdogan está realizando verdaderos desatinos, como la reconversión en mezquita de la basílica de santa Sofía, o la transformación también en centros de culto islámicos de las iglesias bizantinas de Cora, en la periferia de Estambul, ocultando a la vista con impúdicas telas sus maravillosos frescos. Desde luego. Pero también, tengo para mí la impresión que quienes esgrimen estos temores alejados en el otro extremo del Mediterráneo, lo hacen sin conocimiento cultural, sin entrar en valoraciones sobre el “trauma turco” (sultanato, república de Atatürk, genocidio armenio, amargura por el rechazo de la UE…) y lo hacen sólo a través del juego fácilmente ilusorio de la geoestrategia, que justifica esos estudios preventivos. Haciendo este juego, basado en la ignorancia cultural, alarman a la población andaluza, y de paso ponen el foco indiscretamente en lo que no debieran.

Creo en consecuencia que podríamos aprovechar la positividad que inspiran nuestros monumentos queridos por todos –habría que remitirse a figuras como Pío Baroja o Mario Praz, para encontrar un antihambrista, por ejemplo, y sólo por motivos estéticos-, para contribuir en el convulso mundo contemporáneo a crear un clima convivencial. Sé que se me tachará de ingenuo, pero prefiero serlo a andar por ahí tensando la cuerda. Dejen, pues, señores geoestrategas, la Alhambra, la Mezquita y la Giralda en manos de los especialistas, y dedíquense sin publicidad a lo suyo. De verdad que se lo vamos a agradecer quienes amamos la cultura andaluza.

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