Los partidos han bajado la persiana de sus bazares. Las agujas del reloj electoral agotan el último tramo, el más corto y más frío. El minutero de la política es un témpano y lo que ocurra mañana, una incógnita. El resultado de los comicios generales sólo está escrito en el cuaderno de los dioses. Y quizás tampoco. "Nos aterra la posibilidad de que cualquier elección sea la incorrecta", escribió Elizabeth Gilbert en su novela Comprometida. El paquebote de la España varada afronta su más crucial travesía con cinco timoneles en disputa, de los que sólo dos, tal vez tres, tienen opciones de lograr el mando, aunque ninguno lo hará a solas. Encaramos la mayor encrucijada de nuestra reciente historia. Woody Allen diría con severa sonrisa: "Un camino conduce a la desesperación y el otro a la extinción". Quiera Dios que no sea para tanto.

Una campaña con mucho barro, atenuado por la semana procesional, y dos debates incompletos por la ausencia de Vox, en los que abundaron verdades a medias, mentiras arrabaleras y navajas untadas de plasma, tatúan un horizonte inquietante. El espíritu de la Transición ya no levanta cabeza. La izquierda y la derecha actuales reniegan del legado de sus mayores. Han desaparecido los nombres que forjaron el célebre régimen de 1978 y guiaron el tiempo de bonanza. Unos están muertos, otros maniatados, otros afónicos y los demás, tres o cuatro, predican su aventurado catastrofismo en aulas y tertulias con escasa audiencia. Nada invita a pensar que los líderes de hoy puedan ejercer mañana la responsabilidad de afrontar acuerdos de Estado que regeneren la mucha tierra quemada, sobre todo en la última década.

La fractura entre la derecha y la izquierda alcanza proporciones gigantescas, con el grave añadido que supone la fragmentación suicida de los conservadores y el periódico descarrío del alentador centro político que simboliza Ciudadanos, unas veces reconstituyente y otras frustrante, empecinado en alistar de forma impúdica a dirigentes de mediana talla aparcados en los partidos colindantes. Si, por un casual, se cumplen las previsiones demoscópicas, entraríamos en otro periodo de ingobernabilidad, con un Ejecutivo socialista apoyado en el oportunista bastón de Podemos y reo de la creciente ira antiespañola de un nacionalismo radical que cultiva el odio y alienta la tragedia. Una situación insostenible, abocada a nuevas elecciones.

Los contendientes no ofrecen resquicio. Practican una verborrea con madrigueras y cada bloque proyecta un país opuesto al otro, pero la España constitucional no admite tanteos. O se refuerza o se destruye. Dicen los peritos que el desenlace del 28-A está en manos de los indecisos. Por la indecisión se han perdido grandes oportunidades. Estamos en una hora similar a la que el escritor mexicano Hugo Gutiérrez Vega describió con poesía: "Es el tiempo de los claroscuros, de las manos memoriosas, de esa indecisión con la que llega la mañana y entran por las rendijas los dedos del sol". Ojalá irrumpa la razón en la caverna de los partidos y el sol en la ranura de las urnas.

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