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Rafael Padilla
Neopuritanismos
Cuando se olvida el compromiso ético, cuando apenas se vislumbra un mínimo ápice de la responsabilidad que todo gobernante debe ofrecer a la sociedad, debe ser que estamos en el final de un ciclo, que es momento de comenzar otro con personas que no hayan perdido el norte. Sánchez se baña una y otra vez en el discurso de los soberbios, de los prepotentes, de los que no se bastan con su verdad absoluta. Lo volverá a intentar. En la penúltima pirueta de la adulación, intentará un nuevo Guadiana (¿recuerdan?), dejando un socialismo más herido y desfigurado que nunca. Mucho tiempo costó a sus padres ganar la confianza de sus electores. Mucho tiempo de Felipe, Alfonso Guerra, Rubalcaba, para moldear un partido democrático cercano al socialismo liberal europeo y ocupar un espectro ideológico que absorbiera el centro izquierda.
Sánchez no. Sánchez se debe a su ego, a su soberbia, a su indisimulada convicción de creerse líder de un país que hoy parece aborrecer la putrefacta herencia que recibe: un país dividido, instituciones desgastadas en su credibilidad con tanta batalla por baratos posicionamientos ideológicos, leyes prostituidas que responden al esperpéntico deseo de perpetuar poder e imagen pero no a la voluntad, necesidad y pluralidad de los españoles; nacionalismos exacerbados, una extrema izquierda socia de gobierno que a pesar de su mínima implantación impone estrategias absurdas y desencuentros ideológicos inasumibles para la voluntad mayoritaria (aquello de gobernar por el pueblo, pero sin el pueblo).
El 23 de julio jugamos en ese campo. Jugamos manifestar si estuvimos representados en ese vodevil. Si contaron con los ciudadanos de a pie. Dice Alfonso Guerra que tal vez habrá llegado el momento de que los socialistas se pregunten si no será el problema el candidato, que si el socialismo no está en la UVI por un pacto que supone un cambio brutal en la tradición y el pensamiento del PSOE, abandonando un socialismo de 140 años para sustituirlo por una alianza de radicales, populistas, independentistas y herederos del terror.
Mañana quedarán cincuenta días para las elecciones de cuarenta grados y bañador. Sánchez se empeña que España, en la antesala de nuestra Presidencia en Europa, sea el hazmerreír por la escasa participación que el calor y las vacaciones depararán. No importa. Le basta con la pírrica victoria de acallar a barones y militantes después de una incontestable derrota municipal y tenerlos entretenidos con la perentoriedad de la convocatoria.
A pesar de todo, a pesar del barriobajero golpe a nuestra democracia, a pesar de que sea el mismísimo presidente de la Nación quien vuelva a demostrar que le importa un bledo nuestras instituciones, nuestra opinión, nuestra Constitución, nuestra democracia; a pesar de todo ello, usted y yo disponemos de cincuenta días para demostrar que somos más a los que nos importa que un país como España siga protegiendo con fe los valores y libertades que una Constitución en el 78 nos dejó. Y votaremos el día 23. Seguro. Votaremos el 23.
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