Alcaldes de todos los pelajes

El que es honrado en la vida real lo será en la política y el que es un sinvergüenza lo será esté donde esté

En las hemerotecas debe de haber una serie de entrevistas que hice a primeros de siglo a los 168 alcaldes de provincia de Granada. Fueron muchas horas de conversaciones con los primeros ediles y entre ellos me encontré los que tenían realmente vocación del servicio al ciudadano, pero también a muchos que estaban porque les interesaba, por alguna secreta ambición o por motivos personales. Recuerdo, por ejemplo, a un alcalde de un pueblo pequeño de la Costa que me dijo que estaría de alcalde hasta que colocara a sus tres hijos. Así de claro. Al menos fue sincero, aunque no lo pude utilizar en la entrevista porque me lo dijo tomándonos un vaso de vino y apelando al off de record. Otro alcalde de un pueblo muy pequeñito, este de los Montes Orientales, dijo que había sido casi obligado a coger la vara de mando porque en el pueblo nadie quería. “¿Sabes por qué no quiere ser alcalde nadie en estos pueblos? Porque no hay nada que trincar”. Eso me dijo. Creo que ese fue el titular de la entrevista. Otros incluso ni creían en la política, pero se presentaban a unas elecciones por considerar que así ganarían cuotas de respeto en el pueblo. También conocí a megalómanos que no les importaba endeudar al municipio solo para insuflar en su ego el poder que sus convecinos le prestan. Uno utilizaba frecuentemente un taxi para venir de tiendas con su esposa a la capital con cargo al municipio y otro pasó por el banquillo de los acusados por hacer llamadas eróticas con el teléfono cuya factura pagaba el Ayuntamiento. Por supuesto, como digo, también conocí a los que estaban las 24 horas del día preocupados por el porvenir de sus vecinos. En fin, que a lo largo de todos los años de profesión los he visto de todos los pelajes y con todas las intenciones. Y les puedo decir que no importan las siglas ni los partidos políticos que los avalan. El que es honrado en la vida real lo será en la política y el que es un sinvergüenza lo será esté en donde esté. ¡Ah! Se me ha olvidado contarles el caso de aquel marido de la alcaldesa de un pueblecito alpujarreño que estaba discutiendo con sus colegas en el bar y en un momento de la diatriba fue y, delante de todos, le levantó la falda a su mujer: “Aquí se dice lo que manda éste”, dijo señalando el coño de la primera edil. Que usted lo vote bien.

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