Érase una vez
Agustín Martínez
La Navidad de Granada no es para los pobres
cámara subjetiva
QUÉ es o para qué sirve la poesía? nos preguntábamos a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. Quizá porque entonces el mundo "utilitarista" del mercado se había ido apoderando ya de nuestras mentes. Y es cierto que los que nos dedicábamos a la poesía nos limitábamos a responder: para encontrarnos o buscar nuestro "yo", que se nos había perdido. Sólo que la vida te da sorpresas. Y así uno se pregunta: ¿qué sería de la colina roja en el mundo sin los Cuentos de la Alhambra o qué sería de Las Alpujarras si Gerald Brenan no hubiera escrito Al sur de Granada, o qué sería de la propia ciudad sin Granada la Bella, de Ganivet?
José Carlos Rosales tuvo una idea arriesgada: las muchedumbres que visitan la Alhambra ¿la ven directamente o van a verla envueltos ya en la magia y el ensueño de la tradición poética acumulada sobre ella? El miércoles pasado nos presentó en el Palacio de Carlos V su edición Memoria poética de la Alhambra. Un homenaje de amor a la Alhambra real y -sobre todo- a la Alhambra escrita. Mucho esfuerzo y muchas horas de trabajo, de búsqueda y recopilación de textos hay tras el libro, que comienza así: "La Alhambra es una ciudadela de palabras". Junto a la arcilla y el yeso, la madera y el agua, la Alhambra está construida con palabras. No sólo las inscritas en sus paredes, sino los versos escritos desde fuera (aunque ya estén también dentro), desde la época del Reino nazarí hasta hoy mismo.
Una investigación cuidadosa que comienza con los romances fronterizos y continúa con el Renacimiento, el Barroco, los siglos XVIII y XIX, la poesía del XX… Curiosamente el libro se va convirtiendo así, a la vez, en una especie de antología de la poesía hispánica de las dos orillas, y el cambio de atmósfera, de mentalidad, de gusto y de estilos poéticos va atravesándolo hasta llegar a hoy. Desde los palacios "altos y relucientes" a las "ruïnas y despojos" de Góngora, desde el legendarismo de Martínez de la Rosa al desbordamiento orientalista de los románticos y los primeros modernistas (Villaespesa sobre todo). Y poco a poco, el paso desde la visión exterior de la Alhambra a la visión interior, a lo que cada poeta ha sentido como "vivencia". De los Abencerrajes y el Suspiro del moro a la intimidad lírica de Juan Ramón, Lorca, Rafael Guillén o Elena Martín Vivaldi viendo bailar a Margot Fonteyn. Una subjetividad que se va acentuando en las últimas etapas.
Sin duda este libro estaba esperando autor y lectores. Y mientras tanto, ahí sigue la Alhambra, esperando palabras.
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