Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

Aplaudidores

Los fieles a Casado en la cúpula del PP pasaron en un rato de alabarlo con entusiasmo a aplaudir su caída

Estos días se cumple un año de la defenestración de Pablo Casado como presidente del PP tras haber perdido un pulso mal planteado y peor gestionado con la estrella refulgente de la derecha, entonces y ahora, Isabel Díaz Ayuso. Un año que podían ser tres o cinco a juzgar por la velocidad con la que el joven líder ha sido sepultado en el olvido y lo poco que su partido lo ha echado de menos, incluso los que no hace tanto tiempo fueron sus fieles más comprometidos. Lo único que ha llamado la atención de esta efeméride ha sido conocer cómo esos fieles pasaron en menos de 24 horas de ser aplaudidores entusiastas a críticos furibundos y como, sin despeinarse, se ponían la nueva chaqueta para recibir a Alberto Núñez Feijóo, que aterrizaba ya desde Galicia, con un entusiasmo similar, si no mayor, que el que habían demostrado al caído.

Nada nuevo bajo el sol. Los mensajes del grupo de WhatsApp de la dirección nacional del PP que se han publicado estos días en un periódico de Madrid son un magnífico retrato de la sociología íntima de la política y del afán por agradar al que manda, cuando se piensa que estar a la sombra del que manda garantiza un cobijo para el futuro. Y cómo cuando esa protección se ha perdido, porque el que mandaba ha dejado de hacerlo, se abraza lo que venga con el entusiasmo del converso.

Hoy produce vergüenza ajena ver los mensajes de entusiasmo y de loa al líder de Cuca Gamarra o de Javier Maroto, portavoces respectivamente en el Congreso y en el Senado, minutos después de que Casado, contra cualquier atisbo de lógica y de finura política, hubiera decidido ahorcarse en una entrevista radiofónica. Los adjetivos no dejan resquicio a la duda: sus más fieles lo consideraban un prócer inteligente y valiente que había puesto a la díscola presidenta de la Comunidad de Madrid en su sitio. Que sólo unas horas después hubiera que cambiar a toda prisa el discurso no hace que a ninguno de ellos -y no son sólo los dos citados, sino bastantes más- se le mueva un músculo de la cara. Tal y como lo apoyaban dejaban de hacerlo. Todo sea por el partido, claro, pero también por el sillón tan duramente ganado.

La misma energía aplaudidora que se empleaba en animar a Casado en su cruzada contra Díaz Ayuso se emplea para alabar el cambio de jefatura y la misma adhesión inquebrantable que se mostraba con el antiguo se traslada al nuevo. Retrato fiel de la condición humana.

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