Mar adentro

MILENA RODRÍGUEZ GUTIÉRREZ

Arte efímero

AL poder no le ha gustado nunca el arte. A los que mandan no les gustan esas actividades que no producen nada, ni esos individuos con la manía de pensar por su cuenta o de mirar caprichosamente al techo.

Desde las vanguardias, el arte se ha dedicado a irritar cada vez más a los poderes, o a epatar al burgués, como decían ellos. Y al empleo de lo irracional o de la burla, se añade la insistencia en producir todavía menos, en no durar. Una obra maestra no debe durar más de 5 minutos, decía provocativamente Dadá, mientras Duchamp presentaba su urinario llamado Fuente.

El arte efímero, o quizás deberíamos decir el arte contemporáneo, sigue hoy sin ser demasiado aceptado. Recuerdo que hace unos años, en la Huerta de San Vicente, se presentó una exposición que consistía en 'tomar' la casa del poeta durante unos meses. En voz baja, algunos granadinos la desaprobaban o rechazaban. Para ellos, la casa habitada por unos artistas nada producía. ¿Y qué hacían esos intrusos en la sagrada casa de Lorca? La fotografía de dos hombres acostados en la cama del poeta, unas postales que llegaban cada día desde una ciudad diferente, el vaho de la nieve en el cristal de una ventana, o un traje colgado en una percha, nada significaban. O peor, eran una ofensa al poeta. Sin duda, aquello no era arte.

A finales del año que se fue, la artista cubana Tania Bruguera imaginó una acción de arte efímero en Cuba. Su performance consistía en 'tomar' la plaza de la Revolución por cuenta propia durante unas horas. Ella sólo llevaría un micrófono que daría al público asistente. En un minuto, quien quisiera daría su opinión sobre las nuevas circunstancias históricas que se viven en la isla.

El Estado cubano no sólo prohibió la acción de arte, sino que detuvo a la artista hasta tres veces por insistir en hacer su performance. Y detuvo también al que nunca fue más que pre-público. La sagrada plaza de la Revolución no podía ser tomada por cuenta propia. Ni habitada por intrusos, sólo por su único y auténtico dueño: la Revolución. Aquello, desde luego, no sólo no era arte sino que era una ofensa a la Revolución.

Como ha dicho Bruguera, el gobierno cubano hizo su propia performance. Y es que al poder totalitario lo que le gusta del arte efímero es que es fácil conseguir que ni siquiera sea. Porque en el totalitarismo cubano el arte y las performances, como las ruinas, sólo los hacen los que mandan.

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