El termómetro

Enrique Novi

Por qué somos del Atleti

14 de mayo 2010 - 01:00

ESCRIBO este artículo al día siguiente de que el Atlético de Madrid, tras una disputada final de agónica y explosiva resolución, se proclame el primer campeón de la recién creada Europa League. Esta jornada de resaca no parece mal día para dar explicación a aquella pregunta que hacía un hijo a su desconcertado padre en la célebre campaña colchonera. "Papá, ¿por qué somos del Atleti?".

Dejando al margen los manoseados tópicos acerca de la recuperación de la grandeza perdida y toda esa retahíla de hipérboles que brotan de las gargantas de los comentaristas en estas ocasiones, a mí me gustaría rebelarme contra el más extendido de los tópicos rojiblancos: el que redunda en la leyenda negra del proverbial infortunio del club, el que asocia de manera indisoluble determinadas expresiones a su historia -sufridor, el pupas, qué manera de palmar-, el que se recrea en la mística del buen perdedor. Yo debía tener ocho años la primera vez que mi tío Paco me llevó al fútbol. En el antiguo Los Cármenes el Granada CF se enfrentaba al Atlético de Madrid en lo que entonces era un partido de Primera División. Protegido por mi tío, yo estaba fascinado y al mismo tiempo algo escandalizado y confuso al verme rodeado de adultos que actuaban como chiquillos, que no mantenían la compostura y vociferaban los más procaces improperios contra el árbitro y contra los rivales. Uno de ellos, de larga melena negra y poblado bigote, se acercó a la esquina en la que yo estaba y se dispuso a sacar un córner. Antes de golpear el balón, se volvió hacia aquel público hostil y, como ya se sabe que la memoria es voluble y borrosa, en mi recuerdo ha quedado la mirada de aquel jugador, que encontró en la mía un oasis de complicidad y simpatía hacia su situación tan adversa. Desde ese mismo momento mi corazón se alineó con él y con el resto de su equipo. Más tarde supe que era uno de los que por esa época se llamaban oriundos y que se le conocía como Ratón Ayala. Creo que aquel año ganó la liga, cosa que no volvió a ocurrir hasta que consiguieron el doblete.

Ha pasado mucho tiempo de eso y aunque mal que bien he mantenido mi lealtad al fogonazo de empatía que sentí aquella tarde, jamás me he sentido sufridor. Tal vez algo de perdedor amable sí que tenga, pero me parece una etiqueta mucho más digna que esa otra de ganador intransigente al tropiezo, siquiera momentáneo, que hace que los seguidores de otro equipo madrileño vivan como un drama intolerable cada minuto que su equipo no va por delante en el marcador, cada segundo que no está aplastando al contrario.

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