En poco más de un mes todos los municipios de España votarán. Lo harán también todas las comunidades autónomas, menos Cataluña, País Vasco, Galicia, Andalucía y Castilla-León. Los resultados son, como siempre, inciertos, pero en el ambiente flota una aparente constante: donde gobierna el PP el cambio es menos previsible que donde lo hace el PSOE. No quiero decir con esto que el PSOE vaya a perder todos sus actuales gobiernos y el PP mantenerlos, pero lo cierto es que, sin desmerecer al resto, en las piezas de caza mayor, la solidez del cambio es mayor cuando gobierna este PSOE.

Si uno se asoma a los estudios serios, el PSOE lo tiene bien solo en Asturias y Canarias, ésta última con algún matiz. En menor medida, en Extremadura. En la frontera desdichada para el PSOE de ganar sin gobernar está Castilla La Mancha. Por ciudades, salvo Vigo y alguna otra que pudiera sumarse como clara victoria socialista, los primeros ediles del PP están muy firmes en sus posiciones y Sevilla, por ejemplo, es una duda abierta. Tras el 28 de mayo, los pactos a un lado y a otro pueden alterar el reparto de gobiernos de los ayuntamientos o las comunidades con independencia del ganador, pero la sensación previa, antes de que el baile comience, es ésa. El PP repite y avanza, el PSOE retrocede o mantiene por la mínima algunas plazas. Feijóo se lo encuentra, Sánchez lo crea.

Ni una ola conservadora ha invadido el país ni la posición ideológica dominante es de derechas. El país se sigue moviendo mayoritariamente en una posición centrada, ligeramente escorada a la izquierda: el elector medio y decisivo en nuestro país continúa siendo una persona progresista en lo social, fiscalmente responsable y solidaria, y liberal, sin exageraciones, en lo económico. El votante medio no rechaza, sino que alienta lo bueno de los dos polos, pero huye despavoridamente de la polarización radical a uno y otro lado.

La entrega injustificable de un gran partido socialdemócrata al radicalismo a su izquierda y la periferia abrió un melón infumable que, liderado por el actual presidente del Gobierno, incrustó el todo vale desde la moción de censura que Rajoy, torpemente, no abortó. En el otro lado, la entrega con la boca pequeña, pero con similar relevancia práctica, al extremismo de derechas puede convertir una opción moderada en una desagradable sorpresa postelectoral. El mensaje al votante moderado es que calcule quién radicaliza menos: impedir el paso a VOX votando al PSOE o impedírselo al universo Podemos, votando al PP. Susto o muerte. El problema del votante medio es la orfandad.

Con estos mimbres empieza el primer asalto de un combate que terminará en diciembre. Las elecciones locales y autonómicas tienen ese caldo gordo. Por supuesto, se cocinarán en cada sitio con su peculiar sabor, pero se van a llevar por delante a buenas figuras que sufrirán el impacto de las sombras de un fantasma. Cinco semanas y lo vemos.

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