El lanzador de cuchillos

El Beato Silvio

Berlusconi fue un empresario que entró en política para resolver sus problemas particulares

Siempre se ha dicho que en España enterramos muy bien, pero en materia de desbarres funerarios nuestros primos de la bota tampoco se quedan atrás. Sólo hay que ver el proceso de beatificación al que está siendo sometida en Italia la figura de Silvio Berlusconi. Sigo, desde que viví allí, la información del país transalpino a través de sus televisiones y periódicos –estoy suscrito al Corriere della Sera, de centro derecha, y al semanal L’ Espresso, izquierdista– y reconozco que la silviomanía que, de repente, ha tomado el país, no la vi venir en ningún momento. Es innegable que Berlusconi ha representado la Italia de las últimas décadas y que ha sido una figura extraordinariamente popular e influyente en distintos ámbitos –televisión, deporte, empresa, política–, pero la vida del santo Silvio que están contando estos días los medios, con honrosas excepciones, da un poquito de vergüenza ajena. Una de esas excepciones ha sido el director de Il Fatto Quotidiano, Marco Travaglio, discípulo de Montanelli, y azote del magnate milanés –dio la vuelta al mundo la imagen de Berlusconi limpiando con un pañuelo la silla en la que iba a sentarse en un programa de televisión y que antes había sido ocupada por el periodista turinés–: “No se puede decir de un muerto lo contrario de lo que se decía cuando estaba vivo. Hay que evitar esa hipocresía. Además, Berlusconi nunca tuvo interés en aparecer como un santito. Y eso fue lo que le hizo conseguir votos. El aspecto moral no le importaba nada. Ese es su peor legado”. El listado de fechorías del Cavaliere es amplísimo: financió a la mafia durante veinte años, cometió fraude fiscal, compró jueces, testigos y diputados, se encamó con menores, defendió a Vladimir Putin. Fue un empresario que entró en política para resolver sus problemas particulares y nunca dejó de pensar y actuar como el dueño de la fábrica que busca garantizarse, vía boletín oficial del Estado, un terreno de juego libre de obstáculos. La Italia de hoy –España tampoco es ajena a dicho fenómeno– refleja de manera preocupante el Berlusca way of life, interiorizado después de cuarenta años de telebasura y treinta de políticas populistas. Sólo en un país completamente enloquecido se puede entender que se decrete luto nacional y un parón parlamentario de una semana para honrar la memoria del Amado Silvio. No se hizo con Falcone, ni con Borsellino. Ni siquiera tras el asesinato de Aldo Moro. Pero Italia ya no es una gran nación, sino el set televisivo donde cualquier animador de crucero acaba triunfando.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios