palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Cachete con cachete

EL ascenso del Granada CF a Primera ha inspirado una de las escenas carpetovetónicas más surrealistas de las que tengo memoria. La imposibilidad de ampliar el aforo de Los Cármenes por métodos normales, es decir elevando la altura del estadio, rellenando las esquinas vacías y colocando más asientos, ha forzado una salida con aroma a chiste de leperos: arrejuntar todas las sillas. Como en el autobús cuando el conductor truena: "¡Todos para atrás, que hay sitio". Todas las sillas, que se dice pronto, son 16.000, dieciséis mil desmontajes y dieciséis mil montajes que a razón de quince o veinte tornillos cada una dan una cifra fantástica. Me van a perdonar la fantasía pero es que imagino a los mandos convocando por vía de urgencia al comité de crisis formado por diseñadores de poltronas, anatomistas especializados en dimensiones de nalgas, fabricantes de pernos y remaches, ingenieros expertos en resistencia de materiales y psicológos de masas para discutir cuántos centímetros se pueden esquilmar entre un asiento a otro sin que los espectadores rebosen, invadan con sus carnes la butaca contigua, machaquen al vecino en las celebraciones de gol o lo pringuen con la grasa del bocadillo. La solución de las sillas, siendo más bien chambona, es de grado medio. El comité de crisis podría haber optado por una alternativa aún más drástica: subvencionar con el 50% de descuento a los abonados que acepten tomar a otro en brazos. De este modo se duplicaría el aforo sin necesidad de un trabajo tan ímprobo como el de manipular todas las sillas. Y crearía un estado de hermandad y cercanía entre la afición sin precedentes. Imaginen a cada aficionado buscando su media naranja para vivir emparedados todo un campeonato de liga. ¡La de compromisos matrimoniales y salidas de armario que suscitaría el invento!

Pero si la licencia fantástica de más arriba les parece exagerada volvamos a la realidad y comparen. Porque la solemne prueba de cercanía y resistencia que organizó el otro día el alcalde en el campo parece de una película de Berlanga. Torres Hurtado convocó para la prueba a varios aficionados y futbolistas jubilados, todos ellos tipos corpulentos, para que juntaran muslos y cachetes con los vecinos. Por supuestos no hubo una sola mujer. El resultado de la experiencia, con todo, no debió ser muy satisfactorio pues Torres Hurtado trató al final de echarle el muerto a la Junta. "Yo no voy a arrastrar la responsabilidad de hacer algo que vale mucho dinero y que luego encima la gente esté cabreada", dijo pensando seguramente en la bronca de la Plaza del Carmen el día de la celebración del ascenso. El ascenso le puede costar una úlcera de primera.

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