editorial
El fracaso del Estado
Yo te digo mi verdad
Resulta más que curioso cómo una crisis en la más alta Magistratura del Estado, más grave o menos lo dirá la Historia pero en cualquier caso no menor, y provocada por las supuestas prácticas ilegales de su anterior inquilino, acaba siendo atribuida por algunos (bueno, por muchos) a otra persona política completamente ajena a la familia real. Al final va a resultar que en realidad Corinna era la amante de Pablo Iglesias y que esos millones de euros supuestamente no declarados los puso Nicolás Maduro de su bolsillo.
Ahora los mismos muchos se indignan porque Cádiz quiera quitar el nombre de Juan Carlos I a una avenida. Este gesto no deja de ser un golpe de chistera del cada vez menos mago Kichi, pero conviene recordar que el desprestigio del Rey emérito lo comenzó el mismo monarca con sus actuaciones, y que lo remachó considerablemente su propio hijo y heredero Felipe al repudiarlo y desheredarlo al revés. Así que no estaría de más reflexionar un poco y señalar de dónde vienen en realidad los disparos a la Familia Real y, como daño colateral, a la propia Institución.
Esta Monarquía española tiene muchas razones para ser defendida por su papel en la historia reciente de nuestro país. Pero no por eso hay que dejar de reflexionar. No nos engañemos a nosotros mismos: no hay momentos inoportunos para pensar. Se dice, con razón, que España no era monárquica tras la muerte del dictador Franco, y que tras el 23-F no se volvió partidaria de esa forma de Estado pero que, indudablemente y con motivo, se hizo juancarlista. No manejo encuestas, pero estoy convencido de que en estos momentos esta adscripción ha perdido gran parte de su fuerza en este país.
La pregunta es: los que nunca fueron monárquicos pero se volvieron juancarlistas¿en qué lugar se encuentran? ¿Son también monárquicos ahora? Es decir, ¿el país que se adscribió al juancarlismo, una vez pasado este a la Historia, sigue siendo monárquico?
No sé si tienen razón los muchos que proclaman que, en los tiempos que corren de crisis sanitaria y económica , lo último que conviene es añadirle al país una crisis política de alta envergadura. Pero es que a lo mejor esta última ya está aquí y ha venido también, como las otras, por sí misma. Otro día quizá convenga hablar de por qué una palabra tan noble como república sigue provocando sarpullidos y expresiones exorcistas en este país.
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