Mar adentro

milena Rodríguez / gutiérrez

Cenicienta

KENNETH Branagh, el premiado director británico, ha decidido rodar su versión del cuento infantil de Cenicienta.

Crear una Cenicienta en 2014, respetando la historia del viejo cuento, y sin recurrir a la modernización, ni a la ironía, puede resultar bastante difícil. Pero Branagh se arriesga y consigue salir airoso del reto.

En una entrevista publicada recientemente, Branagh declaraba: "Nuestra Cenicienta no es una damisela en apuros que necesita un hombre que la salve, no es una víctima sino alguien que toma las riendas de su propio destino". Y es que el estereotipo de Cenicienta es precisamente ese. Una periodista, Colette Dowlling, llegó a escribir un libro sobre el que llamó "el complejo de Cenicienta", que alude al trauma de esa mujer necesitada de ser salvada y con miedo a su propia independencia.

Con pequeños matices y leves infidelidades a la historia originaria, Branagh ha conseguido ofrecer un modelo diferente de Cenicienta. Una Cenicienta que tiene una historia anterior a la que cuenta el cuento que conocemos; una Cenicienta, también, con un nombre propio, que la hace, ¿quién lo duda?, poder ser mucho más ella misma que un simple modelo o estereotipo. Una Cenicienta con un grado de bondad elevado pero verosímil; una mujer capaz de convertir el desván en el que se ve forzada a dormir -y a vivir- en (digámoslo con Virginia Woolf) una especie de habitación propia. Una mujer que sueña, no con un príncipe fantástico, sino con alguien real, a quien conoce antes de la magia. Una Cenicienta, en fin, que algo, sí, tiene de esas poetas postmodernistas del siglo XX (como Alfonsina Storni, Juana de Ibarbourou o Gabriela Mistral), que hablaron y se cantaron ellas mismas, en lugar de ser habladas o cantadas por un hombre. ¿Me aceptarás tal como soy?, dice al príncipe la Cenicienta de Branagh, después que la magia ha pasado y al final de la película.

Al contrario de lo que ocurre en el cuento, en la versión de Branagh la magia (espléndida, por cierto, la escena del hada madrina, una Helena Bonham Carter que transforma calabaza en carroza, y ratones y lagartos en caballos y lacayos) tiene un papel significativo pero puntual. Consigue que se concrete lo que estaba, no inventa lo que no existe. Porque no es cierto que Branagh no modernice la historia de Cenicienta. Pero lo hace con elegancia y sutileza. Y sin olvidar que cuenta un cuento para niños, y para niñas.

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