Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Anatomía de un bostezo
El PSOE atraviesa una de esas crisis que no se explican por la oposición ni por una campaña de la derecha, sino por una forma de actuar que huele a moqueta vieja y a silencio cómplice. La sucesión de casos de acoso sexual que han ido aflorando en los últimos días no solo dibuja un problema grave en términos éticos; retrata, sobre todo, una pésima gestión política y humana. Porque lo verdaderamente corrosivo no es que existan comportamientos inaceptables, sino la sensación cada vez más extendida de que se conocían, se comentaban en corrillos y, aun así, se prefirió mirar hacia otro lado.
Un partido que ha hecho del feminismo una bandera identitaria no puede permitirse reaccionar siempre tarde, a empujones y con comunicados defensivos. La diligencia socialista ha parecido más orientada a contener daños que a proteger a las víctimas, más preocupada por el calendario y la foto que por la coherencia entre discurso y práctica. Cuando las respuestas llegan solo después de que estalle el escándalo mediático, el mensaje implícito es devastador: si no trasciende, no existe.
La reiteración de casos desmonta la coartada del “hecho aislado”. Cinco, seis, los que sean, conforman ya un patrón que exige algo más que gestos retóricos. Exige asumir responsabilidades políticas por no haber actuado antes, por no haber activado protocolos con determinación y por haber confundido lealtad interna con encubrimiento. El silencio no es neutral: protege al agresor y abandona a quien denuncia.
En medio de esta tormenta, Juanma Moreno ha decidido añadir gasolina con su desafortunada referencia a la “erótica del poder”. Una expresión frívola, fuera de lugar, que banaliza el acoso y revela hasta qué punto algunos dirigentes siguen sin entender la gravedad del problema. No es erótica: es abuso. Y decirlo en voz alta no es una cuestión semántica, sino política.
El daño al PSOE es profundo porque afecta al núcleo de su credibilidad moral. No basta con proclamar tolerancia cero; hay que practicarla cuando duele, cuando incomoda y cuando afecta a los propios. Cada día de duda, cada evasiva y cada cálculo partidista amplían la brecha entre lo que se predica y lo que se hace. Y en esa grieta, la confianza se desploma. Si el socialismo quiere salir de esta encrucijada con algo más que un relato de supervivencia, deberá entender que la ejemplaridad no se improvisa. Se demuestra actuando a tiempo y escuchando a las víctimas. Todo lo demás es propaganda que se desmorona.
También te puede interesar
Lo último