César o nada

La puerilización del parlamentarismo parece promover este tipo de excepcionalidades

Recuerdo de mi lejana juventud aquella Introducción a la economía española, obra de don Ramón Tamames, donde fuimos muchos los españoles -con perdón- que conocimos algo de la producción patria y de la forma en que se barajaban los recursos celtíberos. Entre otras novedades estupefacientes, aprendimos a considerar los bosques y el monte -el suelo y el vuelo, matizaba don Ramón- como un capital de extraordinaria importancia, no sólo económica. Quiere decirse, entonces, que el señor Tamames habrá hecho alguna consideración sustancial en su moción de ayer. Y que será nuestro querido Tacho Rufino, como voz autorizada, quien nos pormenorice y exponga tales cuestiones. Nosotros, sin embargo, querríamos reparar en la admiración de don Ramón por don Pío Baroja, que le llevó a dedicarle la séptima edición de su Introducción a la economía... (1972). Y ello porque los libros de don Pío eran, según el señor Tamames, un "análisis en profundidad de lo real en España".

Los libros que mencionaba don Ramón, "en el primer centenario de su nacimiento en tierra vasca", eran La dama errante, César o nada y Los visionarios. Y he aquí que es precisamente en César o nada donde un particular, César Moncada, se arroja al albero de la política municipal, en un pueblo de Zamora, inspirado vagamente por las fuerzas ideológicas de aquel momento: el superhombre de Nietzsche, el "cirujano de hierro" de Joaquín Costa y el reformismo pedagógico de Gumersindo de Azcárate. Ni qué decir tiene que el señor Moncada fracasó en su empresa regereracionista, abismándose en aquel piélago, tan barojiano, de la inacción reflexiva y el pesimismo existencial. Y tampoco creo aventurar mucho si digo que don Ramón Tamames, émulo -¿inadvertido?- del héroe barojiano, se halla hoy más cerca de la nada que una improbable aclamación cesárea. No obstante lo señalado, la admonición del señor Tamames en la Carrera de San Jerónimo acaso sirva para recordar, al modo de un índice o sumario, las numerosas cuestiones a las que debe atender un Gobierno y sobre las cuales debiera debatirse en el hemiciclo.

El hecho mismo de que el señor Tamames se haya acercado al Congreso, en la pose de anciano padre de la patria, a distribuir culpas y señalar entuertos sugiere, de modo implícito, esta falla de la política española. La puerilización del parlamentarismo parece promover este tipo de excepcionalidades, en su mero sentido de inusual o excéntrico. No en vano, es esa excentricidad objetiva la que ha permitido al señor Sánchez ungirse, a poco coste, como esforzado valladar del sistema.

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