palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Cuidado con las victorias

E L alcalde tiene que aprender a cuidarse (también) de las victorias. El optimismo desbocado de las masas supone un serio peligro para los gobernantes. La eufórica muchedumbre vestida con los colores patrios que colmaba la Plaza del Carmen la noche del domingo para festejar el ascenso le echó una bronca bíblica. La gente andaba ciega de alegría. Festejaba por todo lo alto la visión de una banderola o el recuerdo de la gesta de Elche; caía en un profundo éxtasis ante la cercanía de los héroes pero no estaba dispuesta a tolerar ninguna interrupción, incluida la del alcalde que compareció en el balcón dispuesto a esquilmar a los jugadores y a los directivos su tramo de gloria. Los políticos son unos especialistas en atribuirse éxitos ajenos. Se colocan con disimulo a un costado del paladín y, cuando quieres acordar, ya está agarrados al micrófono y predicando la gloria en nombre de la ciudad, el partido o lo que sea. El alcalde tenía pensado dar su golpe publicitario, salir en las televisiones exhibiendo una bufanda, ovacionado por la multitud o haciendo una morisqueta festiva rodeado de los jugadores. ¡Quién hubiera pensado que la mayor pitada recibida por Torres Hurtado en ocho años de mandato provendría de una multitud feliz, en una jornada tan memorable como la del festejo del ascenso a Primera División y a poquísimos días de su tercera victoria electoral! El clamor fue de aúpa. No lo dejaron hablar ni mucho menos adjudicarse la parte alícuota de la gesta.

El alcalde y sus asesores buscaron una explicación. "No saben lo que dicen o están engañados con mala intención", concluyó Torres Hurtado. Una justificación demasiado simplona. Bastaba con retirarse un par de metros del ambiente de exaltación extrema que se vivía el domingo en las calles para adivinar la tormenta que se estaba gestando en torno al Ayuntamiento. Los presidentes de los clubes de fútbol son gente astuta e incluso taimada. Son conscientes de su poder para animar a las masas y para explotar el cazurro sentido de la patria que anida en las manadas satisfechas. Saben que si piden a la afición que embista embestirá contra el ídolo que juzguen merecedor de castigo. A veces incluso no hay que decirlo: se intuye. La afición no se deja despojar así como así de las victorias que cree merecer. Tampoco permite que alguien desmienta sus sentimientos. Por ejemplo el del granadinismo. Da igual que el equipo esté compuesto por tropas propias o mercenarias.

El alcalde va a tener que sudar para contentar a la afición. El aforo supletorio que quiere construir no satisface la expectativa y después de la bronca del domingo le va a costar la reconcialición. Más que una liga va a tener que jugar una confrontación a cara de perro. ¡Ay como falle los penaltis!

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