Hoy 3 de septiembre se cumplen 80 años de la declaración de guerra a la Alemania de Hitler por parte de Francia y Gran Bretaña. Dos días antes, un millón y medio de hombres de los ejércitos alemanes, habían iniciado la invasión de Polonia y con ello se iniciaba, así lo indican todas las historias, la Segunda Guerra Mundial. Serán muchos los actos que lo recuerden. Ya hay anunciadas hasta colecciones de sellos. Poco podía hacer el ejército polaco, muy inferior en número y sobre todo en armamento y preparación, para repeler el ataque. La esperanza de Polonia, de su gobierno, era que Francia e Gran Bretaña, sus gobiernos democráticos, cumplieran con los pactos de ayuda y defensa mutua. Quien atacara a Polonia se declaraba enemiga de ambos.

Tardaron dos días, hasta ese día 3, los gobiernos de Albert Lebrun (presidente de la República Francesa) con su primer ministro Léon Blum (socialista), así como el conservador británico Neville Chamberlain en declarar la guerra a los alemanes. Los británicos fueron algo más contundentes y los franceses fueron a remolque. Pero todo quedó en palabras. Se declaró una guerra de mentirijillas. Ni Francia ni la Gran Bretaña atacaron a Alemania. Todo quedó en meros movimientos de fronteras. En un mes, Polonia se rendía. ¿Valía la pena entrar en guerra por defender a Polonia? ¿Quién quería arriesgarse? Las democracias occidentales tenían sus problemas. Ya se cedió con Austria y con Checoslovaquia.

Y mucho antes se había dejado derrotar al gobierno democrático de la República española. Ninguna democracia europea, por entonces Francia y Gran Bretaña, había ayudado a la República; mientras que las dictaduras de Hitler y Mussolini apoyaron con fuerza al general sublevado, luego generalísimo de todas las Españas. Ironía resultaba que fuera Stalin quien ayudara a la República.

Hay que recordar, y recomiendo la lectura de "Transición" de Santos Juliá, que en realidad aquellas democracias cobardes impusieron una política de no intervención en la guerra civil española para no verse comprometidas y no enfadar a Hitler. No ayudaron ni siquiera para que la guerra terminara con una paz pactada. Franco tuvo las manos libres para todas las represalias posteriores. Los gobiernos de aquellas democracias cobardes vendieron a Polonia, como antes a la Segunda República española.

Dar concesiones al matón de turno no es ninguna solución, solo es aplazar el desenlace final que, a base de ceder, solo hará crecer el hambre del monstruo. Ya saben, ¿quién le pone el cascabel al gato? Y cada vez veo más gatos. Vale.

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