Quousque tamdem

Luis Chacón

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Dios en las cumbres

Cada uno asumió el papel en el que creyó que sería más útil a la sociedad que acababan de conformar

N hay amor más grande que dar la vida por los amigos”. Esta cita del Evangelio de San Juan que se encontró, escrita de su puño y letra, entre las pertenencias de Numa Turcatti explica en una línea por qué la expedición del Old Christians pudo sobrevivir más de dos meses en un desolado paraje del andino Valle de las Lágrimas. La sociedad de la nieve nos devuelve la historia de compañerismo, superación y supervivencia que ya nos impactó siendo niños y más tarde nos removió las conciencias viendo ¡Viven!. Entonces, más allá de la mera tragedia, empezamos a comprender el dolor inmenso que debieron sentir aquellos jóvenes al saberse abandonados a su suerte en un gélido infierno. Hacinados entre los restos del fuselaje del avión accidentado. Sin comida. Sin ropa de abrigo. Y lo que es peor aún, totalmente incomunicados.

Sin embargo, el sentido de comunidad fue lo que los ayudó a sobrevivir. La película muestra con elegancia y naturalidad cómo la decisión unánime de aunar esfuerzos fue fundamental para mantener la esperanza y la propia vida. Cada uno asumió el papel en el que creyó que sería más útil a la sociedad que acababan de conformar. Gustavo Zerbino, uno de los supervivientes, contaba años después que las normas aparecían por sí solas, de modo natural. Y la primera fue la prohibición de quejarse. ¿La razón? Todos tenían frío, hambre y miedo y todos añoraban a su madre. ¿Qué sentido tendría manifestar lo que era evidente?

Resulta muy reconfortante que José Antonio Bayona nos haga participes desde el más profundo respeto y sin la menor muestra de morbosidad, del dolor de corazón y del complejo dilema moral y espiritual al que, como sinceros católicos, debieron enfrentarse cuando hambrientos y sin posibilidad alguna de obtener comida hubieron de tomar la decisión de alimentarse de los restos de sus amigos y compañeros de viaje. No hay exhibicionismo alguno en las imágenes. Solo duda, dolor, ansiedad, escrúpulo y entrega. Como escribió Gustavo Nicolich a su madre y su novia antes de morir: “Pedíamos a Dios que este día no llegara, pero ha llegado y tenemos que aceptarlo con valor y fe. Y fe es que si los cuerpos están ahí es porque Dios los puso. Y si llega el día en que yo pueda ayudar a mis amigos con mi cuerpo, lo haría con mucha alegría”. Ese pacto de vida, entrega y hermandad es una muestra de supremo amor que en este mundo, a veces tan egoísta, nos reconcilia con la Humanidad.

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