Cambio de sentido

Echar cuentas

Ser ‘transversales’, como defiende Bendodo, no puede consistir en ponerse de perfil

En la nomenclatura, frasecitas y otros alardes retóricos de poca monta de los partidos –están ahora mismo los altos hornos de la metáfora a pleno rendimiento–, hay algo que se me atraganta especialmente. Es la alusión continua a las matemáticas. Sumar, en tanto que nombre, se me cae. Porque destaca lo cuantitativo en vez de lo cualitativo, y porque estoy con quienes entienden que una sociedad y su destino es cosa bien distinta a una sumatoria. Lo que somos y sabemos juntos, “¡oh, eso es lo que no sabe nadie!”, decía con acierto Antonio Machado, a quien recomiendo leer directamente, sin mediación de exégetas. La vivencia de lo común –“porque lo vivo era lo junto”, escribió Luis Rosales– es sustancialmente superior a la suma de individualidades, así como la masa y su inercia es sustancialmente más peligrosa –que ya es decir– que la suma de idioteces particulares.

Ahora, Bendodo pretende acuñar un término, matemáticas de Estado, por ver si con él logra justificar que en unos sitios su partido pacte con la ultraderecha a cambio de cosas tan chungas como eliminar, de facto, del discurso institucional, la violencia machista (que, en lo que va de año, lleva asesinadas a 23 mujeres en nuestro país); y en otros sitios, pues ya veremos. Talesmatemáticas de Estado, que son lo más parecido al adagio marxiano (que no marxista) de “estos son mis principios, si no le gustan tengo otros”, son una rémora, y no una ventaja, de los populares: no les pasa sólo con el terrorismo machista, sino también con el aborto, la lucha efectiva contra los efectos (¡y las causas!) del cambio climático, el matrimonio igualitario u otras conquistas de derechos civiles. Ser transversales, como defiende Bendodo, no puede consistir en ponerse de perfil. Las matemáticas no fallan, pero tampoco sirven para resolver dilemas morales de este calado.

Y así, en un suma y sigue, más que de partidos, pudiéramos hablar de quebrados. Las formaciones políticas se convierten en ábacos gigantes, devotos de la numerología, suscritos a las cábalas demoscópicas. Lo grave sucede cuando discurso se redacta en función del número de individuos dispuestos a reverberarlo. Tanto echar cuentas para que, a fin de cuentas, no nos echen cuentas.

Por eso, traigo las mías, echadas desde abajo, en las palabras del poeta José María Gómez Valero: “Ellos, quienesquiera que seamos, siempre serán más. Nosotros, quienesquiera que sean, siempre seremos menos. Una vez dicho esto pasemos a la acción”.

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