Quousque tamdem

Luis Chacón

luisgchaconmartin@gmail.com

Elogio de la urbanidad

Vivimos en una sociedad puerilizada y caprichosa que quiere socializarlo y compartirlo todo

Me incomoda la defensa de la naturalidad como virtud absoluta. Obviando que a veces no es más que grosería, me gusta recordar que el ser humano desarrolló su intelecto cuando dejó la naturaleza y decidió vivir organizadamente. La ciudad, desde los sumerios, es lugar de encuentro y convivencia. Convivir es vivir conjuntamente. Por ello, hubimos de darnos reglas que limitaran esa idealizada vida natural del buen salvaje, tan onírica como falsa. Es en la urbe, la ciudad romana, donde nace nuestro derecho. Ubi civitas, ibi ius. Donde está la ciudad está el derecho, la norma de convivencia.

Y si la ley recoge los preceptos que pueden imponerse, la urbanidad agrupa todos los que nos hacen la vida mejor. Los que nos imponemos por respeto a los demás y a nosotros mismos. Ahora, se da valor absoluto a virtudes que, ejercidas en exceso, se convierten en terribles vicios. Sea la sinceridad, la informalidad o la manida naturalidad. Ser siempre sincero es insoportable. Sobre todo cuando es innecesario y resulta ofensivo y doloroso. La informalidad acaba siendo una incómoda invasión de nuestro espacio vital y el hecho de que algo sea natural no debiera justificar que se comparta públicamente. No creo necesario explayarme con ejemplos que van de lo escatológico a lo indecente. Vivimos en una sociedad puerilizada y caprichosa que quiere socializarlo y compartirlo todo con una forzada naturalidad que anularía al individuo.

Se nos exige compartir las emociones ajenas aunque no hayamos manifestado interés alguno en ello. Y además, a riesgo de ser considerados insensibles. Cómo si la sensibilidad hubiera de demostrarse públicamente. Me resultan ridículos los llantos de los políticos y la vulgaridad de presentarse como uno de nosotros para convencernos de su empatía con todos, en lugar de gobernar, que no es tarea baladí, ni desafío intrascendente.

En esta sociedad manca finezza. Y añadiría que también carece, y demasiado, de sprezzatura, esa virtud que Baldassare Castiglione recogía en El Cortesano y que podríamos definir como la capacidad para disimular todo sentimiento innecesario con elegancia. Es lo que Vasari definía como negligencia intencional.

Saber tomar distancia. Algo que este mundo, obsesionado con lo cercano y natural, olvida. Al menos, nos queda la capacidad del viejo caballero de obviar lo vulgar y ejercer la sprezzatura, pues, lo que no debe pasar, sencillamente no ocurre.

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