manías

Erika Martínez

Emparedados

16 de agosto 2011 - 01:00

NACIDO en Siena en 1501, Antonio Vignali fue uno de los fundadores de la Accademia degli Intronati, cuyos miembros, tan sabios como aturdidos, declararon el asombro como vía para combatir el ruido político. En sus orígenes temblaba, como un recuerdo inquietante y remoto, la Accademia Grande, institución matriz que bajo el lema "Sapiens dominabitur astris" caminaba agarrando de un brazo a Aristóteles y del otro a Ptolomeo. Borrachos de Renacimiento, los Intronati renegaron de los Grandi y se consagraron a la erudición y a la sátira, abrazando preceptos como Studere, Gaudere o De mundo non curare. Ellos que podían.

Entre 1530 y 1540, el muy intronato de Antonio Vignali escribió La cazzaria, diálogo renacentista que hubiera dejado bizcos a los hermanos Valdés. La cazzaria (traducido como La carajería y cuya etimología apunta a 'cazzo', coloquial de pene) es una sátira pornográfica sobre obscenidad y política. El único original que se conserva fue hallado en 1995, en una vieja casa de Barcarrota (provincia de Badajoz). Tapiados en el desván de la casa, como la biblioteca de Alonso Quijano, se encontraron diez manuscritos en diversas lenguas, todos del siglo XVI. Entre ellos había un par de tratados de quiromancia, un Lazarillo de Tormes, un texto visionariamente titulado A muito devota oração da empardeada y La cazzaria que, publicada quizás contra la voluntad del propio Vignali, pudo costarle un funesto exilio a España.

Como cada vez más personas, paso la mayor parte de mi tiempo dentro de una habitación, mirando una pantalla (y lo que es peor: me gusta). Me pregunto si esta manía acabará por convertirme en una emparedada, no al estilo El tonel de amontillado de Poe (detesto hacerme la víctima), sino como la devota de La oración de la emparedada, una de esas mujeres de la Edad Media que se enclaustraban voluntariamente de por vida, detrás de una pared, con tan solo un pequeño ventanuco que comunicara con el exterior. Si una puede hacerse eso a sí misma, para qué quiere victimario.

Junto con los manuscritos, la biblioteca tapiada de Barcarrota contenía un amuleto conocido con el apelativo de 'nómina', talismán que conocerán de sobra los aquelarres que han celebrado este año en Soportújar la III Feria del Embrujo. Consistía la nómina en un legajo donde se apuntaban nombres o leyendas que iban de la religión al trabajo o los amores, y que se depositaba en el interior de una bolsita. A veces las bolsitas se llevaban, como cruces, al cuello. Las supersticiones cambian. Hoy las nóminas las llevamos, cuando tenemos, en el bolsillo.

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