Febrero

Es un mes perfecto, ningún otro puede cuadrar semanas tan cabales e iguales, cosas de los números

En los tiempos en que hacía algún frío por esta tierra, las mañanas de febrero cortaban el rostro y el cielo azul intenso servía de paño para contemplar el blanco de la montaña toda cubierta de nieve. Y por las noches rasas y abiertas de nubes, todas las estrellas parecían no tan lejanas. Hasta Orión brillaba más nítido y lanzaba sus dardos imaginarios en la oscuridad cerrada. Era febrero el mes en que la nieve siempre estaba en las cumbres, eran los febreros en que ya las tardes se alargaban poco a poco y el sol se marchaba cubriendo de oro las cimas siempre blancas, eran febreros pasados que anunciaban primaveras suaves y nos alegrábamos de que el invierno iba despidiéndose poco a poco, tan lentamente como el atardecer de ese mes tan corto y caprichoso que era febrero.

Por su cita con el frío y el manto blanco se eligió este mes para que en nuestra Sierra se celebrara un mundial de esquí, un cuarto de siglo atrás. No llegó la nieve y todo fue aplazado para el siguiente febrero. Aquel otro sí cumplió sus compromisos, parece que avergonzado del mal año anterior. También la Universiada compartida de hace seis años se celebró en febrero. Empero, año tras año, febrero ya no es el que era, no corta el viento la cara, no destilan tantas nieves las cumbres. Ni tan siquiera nos alegramos del final del invierno pues casi ni sabemos si llegó el frío y comenzamos a temer que la primavera se tornará en un verano atroz de seis meses.

César, el dictador romano tantas veces apuñalado en otros idus, al reformar el calendario, dejó en tan solo 28 días a febrero. Parece que aquel mes no era muy del agrado de los romanos, puede que estuviera lleno de días nefastos o puede que por ser, entonces, el último del año tuviera prisas por acabarlo.

Es febrero un mes perfecto, ningún otro mes puede cuadrar semanas tan cabales e iguales, cosas de los números, caprichos del cuatro y el siete. Y por la fuerza del sol, febrero se nos vuelve juguetón y saltarín cada cuatro años y nos regala una jornada.

Me gusta febrero, aunque no sea el de antes, me gusta saber que sus días comunes son compartidos con mi otro mes favorito, el lejano noviembre que anuncia el invierno. Me gusta abrazar sus días y noches, imaginar y soñar que, aún en la distancia, están juntos como hermano y hermana. Vale.

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