Vive Federico. Lorca no se olvida". Como el eslogan de una marca comercial me ha llegado por distintos medios esta frase. Y me pregunto ¿qué es lo que nos quieren vender esta vez? La banalización del nombre Federico García Lorca ha llegado a tal extremo que se usa para cualquier cosa, lo que sea. Desde el menú de un restaurante con su brocheta lorquiana, a la habitación de un hotel, mejor si se trata del lugar dónde lo apresaron, mejor si añadimos un toquecito de morbo, la mezcla que resulta de agitar un punto de la cobardía que supone la imagen del poeta escondido, con un puntito poético: escondido, sí, pero bajo un piano. Una utilización sucia de su figura, un manoseo constante. Y es que anda, desde hace tiempo, a tumbos y mancillado como la palabra Libertad.

La gente acudió en peregrinación a Víznar y hubo velas y oraciones, porque así es como entendemos la función ideológica de la muerte. No en el ideal del héroe de la tragedia griega, sino en un perfecto martirologio. Como buenos fieles, hay flagelaciones, lloramos y odiamos al romano que levantó la cruz y hasta el romano grita con odio, aunque sea agazapado. Presagio un palio dorado en breve. De la resaca quedó para el recuerdo una foto. Aplauden en ella Adriana Lastra, vicepresidenta del PSOE, Ricardo Rosas, secretario de las juventudes socialistas, Juan Espada, candidato a la Presidencia de la Junta y Félix Bolaños ministro de la Presidencia y Memoria Democrática. Y hasta el presidente se pronuncia para decir que "su legado sigue presente". No sé qué o a quién aplauden, si a ellos mismos triunfadores, a Federico asesinado que no fusilado (desde el más allá debe estar esperando el juicio que lo sentenció), o a ese "legado presente" que las autoridades locales han decidido no mostrar a los líderes. Porque su "legado presente", la Huerta de San Vicente está cerrada. Se dan las condiciones idóneas para que visitantes tan extraordinarios suden las impecables camisas blancas. Es molesto tener que disculpar el calor de microondas dentro de la casa, no tanto el deterioro del patrimonio que alberga, irrelevante, a la vista está, en los objetivos políticos. A las visitas hay que agasajarlas, ocultarles los constantes actos vandálicos que sufre, la basura que rodea al museo. La dejadez parece no importar a nadie. No importó a ningún equipo de gobierno pasado, ni siquiera al actual que, en su momento, pudo arreglar, prometió y no cumplió, más allá de una intervención fallida en la carpintería exterior. Tampoco parece importar a esa gente que llora, con intensidad única, una vez al año, a su poeta. Agasajar cueste lo que cueste a ilustres, sin cortapisas. Viajes, hoteles, conciertos, actos múltiples…, que todo quede bonito en el festejo de la muerte. Y para la foto final, La Chumbera, allí donde se celebran las bodas.

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