Rosa de los vientos

Pilar Bensusan

Festejos suicidas

AHORA que en el verano son muchas las ciudades y pueblos de España que se encuentran en fiestas, parece que una reflexión acerca del modo de divertirse de los españoles se hace necesaria, sobre todo tras la muerte del joven madrileño Daniel Jimeno el viernes pasado en el cuarto encierro de los Sanfermines, al serle literalmente atravesado el cuello por el toro Capuchino. Y aunque haya quien diga que 15 muertes desde 1922 son pocas, todas de españoles excepto la de un mejicano y un estadounidense, lo cierto es que se trata de muertes absurdas, absolutamente evitables y que se producen siempre como consecuencia de una lamentable cadena de imprudencias (no olvidemos a aquel listillo que puso a correr a su hijo de 10 años en un encierro) o de una temeraria pasión, como en el caso de Fermín Etxeberría Irañeta, experto y veterano corredor desde los 14 años y cuyo deseo de morir corriendo en los encierros se produjo en 2003.

La verdad es que parece como si a los españoles nos atrajeran los festejos suicidas, porque, aparte de las peligrosísimas fiestas de San Fermín, que también hipnotizan a miles de forofos del resto del mundo, qué me dicen del famoso toro Ratón, contratado por numerosos pueblos para divertir al personal y cuyo caché es el más alto de España y se eleva en proporción al número de muertos que contabiliza, o del concurso de recortadores de Calatayud, o del toro embolao de Los Barrios, o de los toros a la mar de Denia, o del toro de la vega de Tordesillas, en donde en honor a la virgen atacan a un toro con lanzas hasta matarlo, que, independientemente de la vergonzante tortura que producen en los animales y que nada más que por eso deberían estar prohibidas, causan multitud de desgracias en la muchedumbre.

Pero no todo son toros en esta relación de fiestas temerarias, la lista es interminable, comenzando por todos aquellos pueblos en los que es costumbre tirar cientos de petardos y tracas que más de una vez acaban con miembros amputados, los castells o torres humanas de Cataluña -al caer de una altura de 9 pisos murió una niña de 12 años en agosto de 2006-, y cuántos chavales tiran petardos en las fallas de Valencia. Y es que, a pesar de las prohibiciones y aparente control por las fuerzas del orden, en todos estos festejos en los que la muchedumbre se agolpa es difícil que no haya desgracias. Está visto que estas situaciones de estéril peligro producen un morbo atávico en los que deciden sumarse a estas fiestas populares, muchas de las cuales deberían estar ya más que prohibidas, por mucha tradición que las ampare. También era tradición en Roma que los leones se merendaran en las tardes de fiesta a cientos de cristianos en el circo y, por más que le gustase a los romanos, hoy no perdura. En fin, si este verano deciden acudir a alguna, mejor quédense en la barrera.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios