Me hablaba, días atrás, un buen amigo sobre la necesidad de reencontrar el sosiego, la tranquilidad, esa paz interior que nos permite vivir la vida con una buena dosis de normalidad, sin tantos y tan continuados sobresaltos ocasionados, muchos de ellos, por una organización con excesiva frecuencia de errores organizativos, por llamarlos de manera misericordiosa, de esos errores que suelen sufrirse cuando, por intereses –siempre bastardos– desde las instancias del poder –allá donde se dibuja el pentagrama para situar las notas de nuestras vidas– se retuerce la verdad en una fragua tan innecesaria como adversa para la mayoría.

Vivimos, sí, tiempos revueltos –acaso todos lo fueron– pero esa permanente intranquilidad hace más difícil conseguir una sociedad de ciudadanos felices, con esa felicidad sobre la que filosofaban gobernantes como Jovellanos en el siglo XVIII. Y si Lucio Anneo Séneca, destacado pensador estoico cordobés, sostenía –ya en el siglo IV a.d.C.– que “el hombre feliz no es el hombre que ríe, sino aquel cuya alma, llena de alegría y confianza, se sobrepone y es superior a los acontecimientos”. Vemos, día a día, que la realidad se empecina en cercarnos con problemas muchas veces inventados y con informaciones que sólo interesan a los que quieren dirigir esta errática sociedad, en la que sobran los mesías, los falsos líderes y faltan, sobre todo, las personas sabias.

Existe, por muy extraño que nos pueda parecer, un país en este mundo en el que los gobernantes sienten mucho más interés en conocer los niveles de felicidad interior de sus ciudadanos que el producto interior bruto, el índice Dow Jones o su balanza de pagos. Ese país se llama Bután, en el que hace años se implantó el Índice de Felicidad Nacional Bruta, lo que vino a acontecer en la década de los años setenta del pasado siglo. Tampoco creo que debamos aspirar a tal grato de romanticismo instalado en nuestros gobernantes, con mucho menos seguro que todos podríamos ser más, mucho más felices.

Hace escasas semanas se produjo la elección de dirigentes locales en España. Y sólo hace unos días quedaron constituidos los ayuntamientos que han de dirigir los más de ocho mil municipios en que se divide nuestro territorio. Casi hemos acabado de introducir las papeletas en las urnas electivas y el presidente Pedro Sánchez ya nos convoca a elecciones generales. Febril actividad política que sólo pudiera parecer que interesa a los políticos, sin embargo, ‘la gente’ –como gusta de llamarnos a los de Podemos y sus familiares– la gente, digo, está –estamos– cansados de tanto sobresalto, de tanta intranquilidad, tanta angustia e inseguridad, tanto notar la mano del Estado rebañando en nuestros bolsillos hasta la última moneda y en nuestras convicciones y nuestros anhelos cercenados muchos de nuestros derechos constitucionales. Y sobre todo, sobre todo, la gente está harta de tanta insinceridad, tanta mentira y tanto cinismo en este (des)Gobierno sanchista y ex socialista ¿O no?

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