La colmena

Magdalena Trillo

Hijos de las nubes

EN los campos de refugiados saharauis no hay recortes en sanidad, educación ni servicios sociales porque nada tienen que se les pueda quitar. A las familias saharauis no las podemos echar de sus casas porque hace 35 años que viven desahuciadas. Generación tras generación. Sin recursos y sin futuro. Con un pasado borroso que se silencia en el fondo de la memoria de quienes un día huyeron de los bombardeos marroquíes para salvar sus vidas. Los mayores aún conservan su DNI en blanco y negro y aquel viejo "seguro" español que durante décadas fue sinónimo de derechos y dignidad; los más jóvenes sólo conocen el polvo del desierto, los 50 grados a la sombra y el muro que los separa de sus tierras.

Nunca he pisado el Sáhara, no conozco a ningún refugiado y las pocas veces que se ha colado en las páginas del periódico ha sido de forma accidental: cada verano, con el espejismo de normalidad con que recibimos a los niños del programa Vacaciones en Paz; en las páginas de sucesos, con la rutina con que relatamos la tragedia de las pateras y, en economía o internacional, con la frialdad y la hipocresía con que se negocian los acuerdos agrícolas y de pesca.

En la última gala de los Goya, Javier Bardem recogió el premio a la mejor película documental por Hijos de las nubes. La última colonia. Aquel día alzó su voz por el pueblo saharaui con la rabia de las palabras que arrancan este artículo y pidió justicia para los 24 jóvenes que el Tribunal Militar de Rabat acababa de condenar -ocho de ellos a cadenas perpetuas en un proceso repleto de irregularidades- por su participación en la manifestación de Gdaim Izik de 2010 en la que murieron once agentes marroquíes.

Entonces no se le escuchó. Ahora tampoco. Aquella noche, en la fiesta del cine español, era difícil competir con el 'mordisco' de Blancanieves, el glamour de la pasarela, los errores de guión, el melodrama victimista de los actores y la política de ceja, barba y bigote que cayó sobre un Wert de circunstancia que se deslizaba en la butaca con el sigilo y la malicia de una serpiente de cascabel. Hoy, siempre, es un mal momento para prestar atención a un conflicto tan complejo y enquistado como el saharaui. Por qué preocuparnos de quienes viven a la distancia necesaria para ser relegados a la sombra del foco mediático; por qué preocuparnos de quienes no nos despiertan con matanzas salvajes, no cometen atentados fanáticos y ni siquiera amenazan nuestra seguridad con experimentos suicidas de bombas atómicas capaces de ser lanzadas desde un misil.

Doscientos mil saharauis sobreviven en la intemperie del desierto esperando volver a casa. Llevan más de tres décadas confiando en que España, Europa, la comunidad internacional, cumpla su palabra, asuma su responsabilidad histórica y se haga justicia. Y lo hacen sin armas ni banderas, sin odio ni resentimiento, sin terrorismo, con la nostalgia de que les ayude un "pueblo amigo" (fue nuestro Rey quien dijo que les defendería "hasta la última gota de sangre") mientras Rabat pone sobre el tablero internacional las viejas alianzas que Hassan II supo tejer con Francia y EEUU, engrasa sus lobbys en Washington y practica esa "política del sobre" que los españoles parecemos acabar de descubrir. Cien mil soldados marroquíes, armados con artillería pesada y radares financiados por Europa, protegen los 2.500 kilómetros del muro que separa los territorios ocupados de los campamentos de refugiados del desierto argelino. Diez millones de minas rodean la frontera de la vergüenza que divide el Sáhara en dos, que parte las nubes que durante siglos siguieron las tribus nómadas buscando los mejores pastos para sus camellos y sus cabras. Desde 1991, no han dejado de contar los días para que se celebre el referéndum que puso fin a 16 años de guerra y debía permitirles elegir su libertad. Su derecho a decidir. Lo prometió la ONU y lo firmó Rabat pero hasta la Primavera Árabe se ha olvidado de ellos. Ellossiguen esperando.

Porque no sólo nuestros políticos "están ciegos de Sáhara". El viernes publicamos una carta dirigida al Gobierno de Rajoy firmada por más de treinta artistas e intelectuales españoles contra un régimen que "tortura, mata y condena injustamente". Recordé entonces que hacía semanas me había descargado el documental de Bardem y ni siquiera lo había visto. Escribo este artículo consciente de mi ceguera, pero sin ninguna pretensión; no más que saber que nada de su historia nos debería ser ajeno. Si pueden, detengan por un momento el insaciable reloj de la crisis y escuchen a los 'hijos de las nubes'. Ellos hace tiempo que lo aprendieron: "La libertad no se regala, se quita".

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