La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Luz de corazones, brisa en el estío

Asombra que el himno del arzobispo inglés del siglo XIII se ajuste tan bien al rostro sabio de la Virgen del Rocío

Unos 120 años antes de que en 1335 y 1340, en un documento sobre las jurisdicciones entre Sevilla y Niebla y en el Libro de la montería de Alfonso XI, se refiera, en ambos casos con las mismas palabras, la existencia de “una iglesia que dicen Santa María de las Rocinas”, y unos 500 años antes de que en las reglas de 1758 de la hermandad matriz se escribiera “instituyose la annual fiesta el día segundo de la Pascua del Espíritu Santo”, certificando los cambios producidos en el siglo anterior por los que la Virgen adoptó por advocación la de Rocío y su festividad se trasladó de la Natividad de la Virgen a Pentecostés, Esteban Langton, arzobispo de Canterbury, escribió el himno Veni, Sancte Spiritus, el más antiguo dedicado al Espíritu Santo, conservado como texto de la secuencia de Pentecostés.

Obra del azar o de la sabiduría, y en cualquier caso acierto tan admirable que parece inspirado por la mismísima Virgen como si buscara el nombre que a su unción correspondía y la fecha en que debía celebrarse, asombra que, con tanta distancia de siglos, el himno del arzobispo inglés del siglo XIII –el mismo en el que Alfonso X mandó construir la ermita y entronizó en ella a la Virgen– se ajuste tan bien al rostro sabio de la Virgen: luz de los corazones, descanso en la fatiga, brisa en el estío, consuelo en el llanto, luz santísima. Al igual que le cuadran aún mejor que el manto de los Apóstoles las peticiones que en el himno se hacen: “Lava lo que está manchado, riega lo que está árido, sana lo que está herido, dobla lo que está rígido, calienta lo que está frío, endereza lo que está extraviado. Concede a tus fieles, que en Ti confían, tus siete sagrados dones [sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios]. Dales el mérito de la virtud, el puerto de la salvación y la felicidad eterna”.

Si hay mejor definición de la Virgen del Rocío y de sus dones, no la conozco. Y no se equivoque nadie. Si estas palabras le parecen beatas o pedantes, alejadas de lo que creen que es la realidad del Rocío, es que han tenido la desgracia de no descubrir el poder de esa sabia mirada baja y esa sonrisa inteligente que convocan devociones desde hace siglos, en las que caben cuanto de la Virgen se ha escrito y dicho, desde los Padres de la Iglesia hasta el Papa santo que hace 30 años se arrodilló ante Ella y mandó al mundo que se hiciera rociero.

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