Malas leyes

La Ley Celaá ofrece la opción de producir muchos ciudadanos cargados de legal ignorancia y por tanto fácilmente maleables

Dejó escrito el pensador granadino Ángel Ganivet que "para destruir las malas prácticas, la ley es mucho menos útil que los esfuerzos individuales". Contaba con que los principios de respeto y convivencia -y otros muchos principios y valores- que se aprendían en las propias casas y en las escuelas, deberían ser fuertes cimientos sobre los que levantar la formación de la ciudadanía y que, por ende, los ciudadanos, dispuestos a mejorar la sociedad en medio de la que viven, tenderían a esforzarse, individualmente, en mejorar todo lo que procurase bienestar y progreso. No contaba el pensador granadino con la conocida hoy Ley Celaá -y alguna otra por el estilo- que ofrece la posibilidad de producir, en corto espacio de tiempo y en cantidades muy apreciables, bastantes ciudadanos bobalicones y bien cargados de legal ignorancia, por lo que podrán ser, como hemos dicho, fácilmente dúctiles y maleables. Los chicos, ya se sabe, cada vez estudian menos y se les informa muy poco sobre esos valores que debiesen adornar, como antes se decía, a los buenos ciudadanos. ¡Cosas de viejos!

Así el asunto, los gobernantes de la extrema izquierda, en su desmedido afán de intervenirlo todo, haciendo creer a los incautos que lo que hacen es defender derechos y libertades que, en realidad, siegan más que recortan, aprovechan para elaborar normas que siempre han sido innecesarias porque, aparte del natural sentido del bien y del mal, de lo que es bueno y de lo que es malo, que tenemos todos los ciudadanos que lo aprendimos en nuestras casas y en las escuelas, se elaboraron, efectivamente, códigos que regulan, según los tiempos, la vida y las relaciones humanas. Me refiero, naturalmente, al código Penal o al Civil o a tantos otros que regulan, desde hace siglos, el bien hacer y convivir de las personas.

Héteme aquí que estas chicas -porque los chicos de IU o de Podemos en el (des)Gobierno de Sánchez brillan poco o nada- se han debido de creer que las leyes son un invento contemporáneo y de su propia autoría. La de ellas, claro está. Toda la anterior legislación y jurisprudencia no es sino un compendio gordo e inservible de inútiles codigazos, redactados y dictados para trogloditas hétero-patriarcales y machirulos.

Ellas, en cambio y como bien se ha visto -y estamos viendo- hacen leyes con eficacia para meter en cintura a los machos -todos, eso pretenden, incluidos los ciudadanos ejemplares, de los que hay muchos y a sus propios padres, si se tercia- pero no encuentran la comprensión de jueces retorcidos y magistrados aviesos, pues el efecto real -al pan, pan y al vino, vino- ha sido una amnistía parcial y diferida en el tiempo que ha abierto -oh, magia!- las puertas de hierro en las prisiones, donde habitaban, hasta ahora, centenares de maltratadores, violadores y otros 'prendas' por el estilo. Para tranquilidad de las mujeres y de los niños agredidos. Malas leyes hacen éstas! ¿O no?

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