Museos

El asunto de fondo es si el ámbito de la cultura resulta el más adecuado para ejercer la propaganda

Ya se habló aquí de la descolonización de los museos a propósito de unas declaraciones del anterior ministro de Cultura, retomadas ahora y que probablemente volverán a quedar en nada, pues como se le ha recordado al actual titular de la cartera, un hombre quizá demasiado seguro de situarse en el lado correcto de la Historia, se trata de una cuestión compleja que no puede resolverse tirando de generalizaciones y consignas. Precisábamos entonces, por tomar también distancia de los críticos que parecen añorar el Spain is different y la glorificación nacional-católica de las gestas de antaño, que no cabe desdeñar la aspiración de las comunidades indígenas a explicar su pasado sin intermediarios, un matiz importante si se quiere diferenciar el credo woke, que es eso, un credo, como tal sujeto a la fe de sus practicantes, de la justa reclamación de las minorías cuyas demandas de visibilidad no pueden o no deberían ofender a nadie. Pero el asunto de fondo, como ocurre con polémicas parecidas, es si el ámbito de la cultura, tanto más cuando hablamos de instituciones públicas, resulta el más adecuado para ejercer la propaganda. Seguramente no y podemos verlo a través de un notorio contraejemplo. Después de quince años al frente de uno de los museos más prestigiosos de España, el antiguo director del Reina Sofía –cargo que se diría consideraba vitalicio– recaló hace unos meses en una especie de sinecura, expresamente habilitada para acogerlo, con la no del todo clara misión de asesorar al Museo Nacional de Arte de Cataluña. Según declararon los impulsores de su ampliación y relanzamiento, se busca dotar a las colecciones de un “nuevo relato” –después de “repensar el rol”, naturalmente– y con ese fin han recurrido al veterano gestor, que al margen de su exitosa carrera profesional encarna a la perfección la entrañable figura del comisario político. Dado a las afirmaciones epatantes, el flamante asesor tiene claro que hay que “repolitizar la cultura”, se entiende que en la línea preconizada por él mismo, pues a su juicio la separación entre arte y política es un error típico de las sociedades europeas. “La idea de un museo patrimonial que acumula cosas es burguesa”, ha afirmado también el hombre, que previsiblemente cuestiona “los mitos occidentales que se pretenden universales”. Se le podrían poner numerosos ejemplos que acreditan esa pretensión, por supuesto no específica de Occidente, pero quizá no merezca la pena. Los apacibles visitantes de los museos se conformarían con que él y sus inquietos correligionarios no hicieran demasiados destrozos y se limitaran a seguir impartiendo doctrina mientras cobran generosamente del erario.

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