Nacionalismos ¿para qué os quiero?

Que surja lo inesperado, como ocurrió en las elecciones, porque la adaptabilidad de los nacionalistas es infinita

Cualquiera que sea medianamente leído y escribido y conozca un poco el contexto histórico y de contenidos de las ideas políticas, sabe que el nacionalismo es incompatible con proyectos de izquierda. El marxismo, que es la filosofía que envuelve y fundamenta las políticas que desde la Revolución Francesa identificamos con la izquierda, es cuasi una religión laica. Su puesta en práctica, el marxismo-leninismo (de Lenin), supone la autoridad indiscutible de una oligarquía divinizada sometida a la infalibilidad de un líder que lo es hasta que deja de serlo para no ser nada. Pero no nos engañemos creyendo que no se puede creer en algo así, porque algo así no sólo existe sino que supone para muchos una utopía hacia la que dirigirse, contando, claro está, con pertenecer a la corte celestial del partido único.

Cuando Flora Tristán, una joven pensadora francesa de ascendencia peruana, que algunos tienen por hija natural de Simón Bolívar, emitió la famosa llamada: “Proletarios del mundo, uníos”, que deslumbró a Carlos Marx y se convirtió en lema del comunismo internacional, sintetizó en una frase la transversalidad de una teoría que supone la igualdad por encima de todo. Adelantada de la emancipación de la mujer como algo inseparable de la de la clase obrera, Flora y sus deudos, los pensadores que la siguieron, a veces ignorándola, descartaron los nacionalismos como algo despreciable y lesivo para la dignidad del hombre.

Sin embargo, lo estamos viendo en España. Hay gente, como la del batiburrillo Euskal Herria Bildu (País Vasco Unido) o la histórica Ezquerra (Izquierda) Republicana de Catalunya, que se declaran nacionalistas de izquierda. Tal vez no sepan ni qué es lo uno ni qué es lo otro, pero ahí están con el imposible propósito de separarse de aquello a lo que pertenecen. Porque, créanme, el separatismo es un medio cuyos fieles saben que no tiene fin. En cuanto a los nacionalismos de derecha, como el no menos histórico Partido Nacionalista Vasco, o los restos dispersos de la derecha política catalana, sus afines ideológicos están en el Partido Popular, de ningún modo en la izquierda, donde no hay absolutamente nada que se les aproxime. Tal vez en los próximos días haya un bote pronto de coherencia y el PNV y el PP hagan migas juntos aunque no revueltos. Que surja lo inesperado, como ocurrió en las elecciones, porque la adaptabilidad e insaciabilidad de los nacionalismos es poco menos que infinita.

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