Picasso, del franquismo al 'Me Too'

Solo los regímenes totalitarios supeditan el valor de la obra artística al juicio moral sobre su autor

En la España de Franco existieron los Avales o Certificados de Buena Conducta Social, Moral y Política. Estaban firmados por las autoridades de la localidad: alcalde, párroco y comandante de la Guardia Civil. En 1979 fueron sustituidos por los de antecedentes penales. La conducta social, moral y política no era ya objeto de vigilancia, sanción o certificación por parte de la autoridad, solo la delictiva de acuerdo con la legislación vigente. Casi 50 años después la corrección política ha resucitado los certificados de buena conducta. No basta no delinquir: hay que observar una conducta considerada social, moral y políticamente buena.

La celebración del Año Picasso une de forma ejemplar y didáctica lo mucho que une a los antiguos y los nuevos censores, a los franquistas que exigían certificados de buena conducta y a los canceladores que los exigen adecuándolos a su concepción de la buena o la mala conducta. Causando el gravísimo daño de proyectar sobre la obra la sombra de su creador y confundiendo valores estéticos y morales. Genios con conductas personales aborrecibles ha habido muchos. Y también los ha habido con una conducta irreprochable, pero condenada moral, ideológica o políticamente. Solo los regímenes totalitarios supeditan el valor de la obra artística al juicio moral o político sobre su autor.

Picasso fue aborrecido y cancelado por los franquistas. Incluso en una fecha tan tardía como 1971, cuando se celebraba el 90 aniversario del pintor, la galería Theo de Madrid, en la que se exponían 27 obras de la Suite Vollard, fue asaltada y las obras rociadas con pintura y ácido. La ola, que se extendió a Barcelona, incluyó asaltos a otras galerías y a librerías que expusieran libros sobre Picasso o fueran consideradas rojas. Medio siglo después hay, desde hace tiempo y ahora recrudecida por la conmemoración, otra ola antipicassiana basada en la desde siempre conocida naturaleza machista, sexualmente depredadora e incluso maltratadora del pintor. El problema es que no se separa obra y vida personal. Por el contrario, se pretende impugnar el valor de la primera, o incluso cancelarla, a causa de la segunda. Hasta la directora del Museo Picasso de París ha dicho: "Obviamente Me Too empaña al artista". No señora mía, empañará al hombre, no al artista; empañará su vida, no su obra. Fundirlos como lo mismo es lo propio del totalitarismo.

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