Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La vía es (por ahora) andaluza
NO sé si Rajoy es aficionado al arte de Cúchares. Pero la historia de la tauromaquia nos ha dejado unas enseñanzas que el líder del PP -por el momento- no debería desaprovechar. De Blas Romero González, más conocido como El Platanito, dicen que se apostó a las puertas de Las Ventas a pedir "una oportunidad", una y otra vez hasta que se la dieron. Llegado el momento de la alternativa, el fracaso que obtuvo fue sonado.
A Rajoy le han dado ya dos oportunidades, y el martes, en el Comité Ejecutivo de su partido, volvió a pedir otra más. Sólo le faltó salir con la pancarta por la calle Génova para que la semejanza fuese completa. Sabido es que la carrera de Blas Romero como matador acabó en la charlotada, con un espectáculo cómico-taurino parecido al del Bombero Torero pero sin enanos. A Mariano Rajoy, a menos que se descuide, puede acabar ocurriéndole lo mismo.
Rajoy, para qué engañarnos, no ha podido hacerlo peor como jefe de la oposición. No ha dado un pase a derechas, que ya es decir. Y al natural, o sea, con la mano izquierda, no hablemos. Encelado desde el principio de la anterior legislatura con una inefable teoría de la conspiración y haciendo del torpedeo de la política antiterrorista del Gobierno el eje de su labor, nunca encontró su sitio sobre el albero. O sí: el sitio equivocado.
Pero no toda la culpa del fracaso la tiene él. Su cuadrilla ha sido de juzgado de guardia. Acebes, Zaplana, Pujalte y demás espadas tremendistas han hecho lo imposible para facilitar que el morlaco zapateril le diera más de un revolcón al maestro. El ojo del diestro a la hora de elegir a sus subalternos necesita de la atención urgente de un oftalmólogo. Su último fichaje ha sido Pizarro. Presentado como experto en el arte de apuntillar, en el primer cambio de tercio, el multimillonario turolense se vio obligado a saltar la barrera cuando Solbes, un astado de mucha categoría, le hizo poner pies en polvorosa.
Con esos antecedentes, el andamio que el PP colocó en su sede para festejar los resultados tenía más de patíbulo que de podio triunfal. Y a Mariano Rajoy se le vió salir allí la noche del domingo -¡la de la "dulce derrota"!- con la misma expresión indefinida que lucen los que saben que su suerte está echada. Su sonrisa me recordó ese rictus indefinible que tienen los púgiles que han perdido el contacto con la realidad a consecuencia de los ganchos de izquierda recibidos en la mandíbula. Puede que la derrota no fuese por k.o., pero cuando uno pierde dos veces seguidas por puntos es temerario volver a aspirar al título. Más moral que el Alcoyano se suele decir en estos casos. En fin. Los toros, el boxeo, el fútbol, la política… ¡tienen tanto en común!
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