La ciudad invisible

CÉSAR REQUESÉNS

Reliquias sin cabeza

UNA de las imágenes que más me ha impactado en mis paseos por Granada es la de San Dionisio Aeropagita, santo peculiar que presta su nombre al Colegio de la Abadía del Sacromonte. Se le representa con la cabeza cortada sujeta entre sus manos y mirándote fijamente como si te observara con tu misma sorpresa. Es un santo 'gore', por el verismo sanguinolento del decapitado obispo de París, quien, tras serle cercenada la cabeza, se levantó asió su propia cabeza y caminó para ir a caer allí donde luego se levantaría la catedral de San Denis de París. El martirologio cristiano tiene un punto extremo que me subyuga. Leyendas de este tipo (difundida en el siglo VIII) demuestran cómo la imaginación de los creyentes tiene también mucho del realismo mágico de toda buena literatura.

Otro santo que me encandiló es San Vicente mártir de la Malahá, una momia romana dentro de una gran vitrina que yace recostada sobre almohadones ricamente bordados. Siento un escalofrío por el cuerpo cuando le veo que sólo se me pasa con la cerveza con tapa del bar contiguo a la Casa del Santo.

Y así, tienes reliquias aquí hasta el hartazgo. El brazo de San Juan Bautista en relicario de plata que dejara la católica reina Isabel en su real capilla; el bastón de San Juan de Dios en la Casa de los Pisa; los cuerpos de los santos Leoncio y San Víctor que flanquean la entrada a las Santas Cuevas del Sacromonte; o, por no agotar, los muros tapizados de huesos en el camarín de San Juan de Dios. Inagotable, desagradable, incomprensible para los ojos del no creyente.

Nunca me gustó esta pasión por las reliquias almacenadas en las iglesias. No creo que pase por esta mitomanía de restos humanos sacralizados y menos aún con representaciones tan veristas como la del santo descabezado. Creo que la fe, que para mí es más de espacios abiertos, tiene mucho más que ver con la vida que con la muerte. Claro que yo soy un heterodoxo, pecador y liberal en materias varias. Pero a veces me pregunto si esos santos desearon este final para sus cuerpos. Si eran virtuosos creo que habrían preferido no ser objeto ellos mismos de adoración y habrían pedido que esa adoración se redirigiera hacia lo invisible que nos rodea, como ellos porfiaron en creer hasta no ser más que esa nada que ahora veneran algunos con porfía.

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