el as en la manga

Ángel Esteban

Rome sin room

HACE un tiempo me encontré con Elena Anaya en Roma. Fue una sorpresa inesperada. En la misma esquina de la plaza del Panteón de Agripa, según se viene de la Piazza Navona, allí apareció ella con sus ojos de Venus y sus mofletes ingrávidos. Era más liviana que en las películas, pero mucho más atractiva. Su manera de andar, natural y desenfadada, arrastrando una pequeña maleta con ruedas, la hacía tan real como en sus mejores actuaciones. El verano anterior me había enterado, como todo el mundo, de que su papel en Room in Rome no había sido casual ni desagradable para ella: algunos periodistas la habían pillado con su novia en alguna playa del Mediterráneo y ya no había más que hablar. "Un auténtico desperdicio", comentaban algunos.

Aquella mañana no hubo room per sí Rome. La ciudad eterna lo es más cuando el tiempo no existe, cuando las contingencias de la vida se ponen entre paréntesis y la muchedumbre se concita allí como los peregrinos en Santiago después de recorrer el camino, como está ocurriendo precisamente estos días. Los aventureros coinciden, se conocen y se relatan los avatares de una existencia compleja. En aquella ocasión romana, Elena no tenía mucho que contar que yo no supiera por los periódicos, la televisión o las diversas pieles que ha habitado en el universo del cine. Yo sí, pero no era el caso. Me imagino que ella pediría al cielo que no se terminaran las subvenciones para el séptimo arte del mismo modo que yo rogaba por la estabilidad de los funcionarios. Han pasado unos meses desde entonces, y nuestros ruegos no es que hayan sido infructuosos: España está de vacaciones no porque sea agosto, sino porque no hay mucho que hacer. Y lo de la cultura parece a estas alturas un dinosaurio en extinción, así como las oposiciones al funcionariado.

Estos días, cerca del apóstol en Santiago, le pido que por fin cierre España, para que no salga más 7% de intereses de deuda (vaya vergüenza, no hay un presidente que dé un puñetazo en una mesa y le tosa a la Merkel), ni salga más cerebrito a buscarse la vida a otros países, ni salga más dinero público para los amigotes de los que lo manejan. Por el camino, que yo hago en coche, como los señores, encuentro mucha gente mochila en espalda y bastón en ristre. De vez en cuando miro, por si me topo de nuevo con la Anaya. Mi mujer, que me conoce como si me hubiera parido, me observa con el rabillo del ojo, y me dice constantemente: "Deja de soñar y vuelve a la tierra. Olvídate de la room y concéntrate en la Rome para que, por lo menos, no te bajen el sueldo en agosto por cuarta vez en lo que va de año".

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