DICEN, quienes lo conocieron bien, que no era un tipo especial y que tampoco hizo nada que fuera excepcional y dicen también, quienes lo conocieron bien, que lo único que hizo fue vivir la vida con una fe apasionada en el futuro que habían dibujado, a gruesos trazos, los profetas de aquel triste capítulo de la historia de esta patria atormentada.

Dicen, quienes lo conocieron bien, que quiso serlo todo y que acabó por no ser nada y así, casi como la nada, apenas lo recuerdo yo, como una sombra silenciosa y ajena, como un furtivo refugiado entre las mantas de una mesa camilla, en una casa lejana del Madrid de los sesenta. Muchas más cosas dicen, los que le conocieron bien, que justifican que su nombre se haya anotado en el libro del olvido, pero yo creo, por el contrario, que merece ser recordado.De su memoria escrita queda una hoja de servicios con un último registro que, con esa letra a plumilla que llena los archivos de la edad oscura, dice: "con fecha 1 de abril de 1939 fue dado de baja en Escalafón por desaparecido" y también de su memoria escrita queda una sentencia que le condena a treinta años de reclusión mayor por un delito de adhesión a la República y suerte tuvo, dicen, los que lo conocieron bien, de andar perdido dos años por las sierras hasta que se entregó, porque si no, hubiese acabado contra las tapias de un cementerio, a pesar, según dicen, de que nunca hubiera hecho nada excepcional. Cierto que lo dejó todo para irse al frente como comandante de un batallón de milicianos, hecho probado, según consta en su condena, cierto que aguantó hasta el final sin desfallecer y cierto que cometió el error de ir a Cartagena para ser evacuado cuando los últimos barcos salieron de Valencia.

Total, nada excepcional, según dicen aquellos que le acompañaron. Yo creo, en todo caso, que a los que lo conocieron bien, se les fue la mano en la medida y por eso creen que fue lo natural y no lo excepcional, lo que hicieron aquellos a los que aun tanto debemos, aquellos a los que, al menos y sobre todo, debemos recordar. A los que quisieron serlo todo y salieron de las cárceles para no volver a ser nada y a los que ni siquiera llegaron a las cárceles y aún duermen en los barrancos y en las cunetas, a esos que Gil de Biedma llamaba nuestro patrimonio común, a todos esos que necesitan descansar en paz para que todos podamos descansar al fin.

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