La situación de la legislatura es estupenda y perfecta, dijo el ministro verborreico de Transportes después de que el presidente del Gobierno anunciara que no habrá Presupuestos del Estado para 2024 a causa del adelanto a mayo de las elecciones catalanas.

De acuerdo, Óscar Puente, siempre que por estupendo no se entienda aquello que es admirable y muy bueno, sino la otra acepción académica del adjetivo: pasmoso. Es pasmoso, y estupefaciente, que un gobernante se vanaglorie de tener que gobernar sin presupuesto, o sea, atado de pies y manos e incumpliendo la obligación constitucional de presentar sus cuentas a la aprobación del Congreso de los Diputados.

No son pasmosos, por el contrario, ni el ninguneo de Pedro Sánchez a su socia Yolanda Díaz a la hora de renunciar a la ley de presupuestos (formalmente, integran un gobierno de coalición), ni la incapacidad de la propia Díaz para evitar que sus compañeros de Cataluña provocaran la convocatoria electoral de Aragonès (realmente, ¿en qué parte de su organización manda la líder de Sumar?) ni la constatación, el día después de la llamada a urnas, de que la amnistía no venía a solucionar nada, sino a empeorarlo todo (materialmente, el pago oneroso e inaceptable a un delincuente por un servicio puntual y efímero).

Se había vendido –con escaso éxito, salvo en las filas socialistas henchidas de patriotismo de partido– la idea de que la amnistía iba a propiciar el “reencuentro total” entre los catalanes y entre catalanes y españoles. Que abriría una etapa de reconciliación, y cerraría definitivamente el llamado conflicto de Cataluña. Que liquidaría una década desgraciada de la historia de España.Y que, más prácticamente, daría paso a la aprobación de los Presupuestos y una legislatura plácida, estable y llena de políticas estupendas (en el sentido de muy buenas, nada de pasmosa).

La realidad ha abofeteado con la crueldad acostumbrada a quienes se empeñaban en negarla. El entusiasmo de la bancada socialista tras aprobarse la amnistía era perfectamente descriptible: sonrisa congelada de Sánchez, cuatro ministros presentes y aplausos reglamentarios de los diputados. El de los independentistas, indescriptible: abrazos entre las dos facciones que se odian, homenaje a un Oriol Junqueras invitado y la emoción propia de los que se saben ganadores. Porque lo son: ni apoyan los Presupuestos, ni garantizan la legislatura ni pasan página.

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