Tildistas

La lengua, como otros saberes, tiene sus normas y sus obligaciones, que hacen de ella una materia rigurosa y reconocible

En el debate sobre el uso de la tilde con la utilización del adverbio sólo, que en 2010 la RAE relajó hasta el punto de dejarla sin uso salvo en casos de confusión o ambigüedad, son muchas las opiniones, a favor y en contra, que se vienen expresando en los medios y en las redes sociales. Algunas, incluso, han llevado la discusión hasta el ámbito de lo social, como cierto escritor sobrado de éxito comercial y también de pedantería, que encuentra en la obligación de tildar algo así como un imperativo elitista o aristocratizante, mucho más llevadero para los aprendices con recursos económicos que otros con menos medios. Ojalá los problemas de la educación en España fueran la acentuación de determinados vocablos.

Para los que éramos buenos estudiantes en Lengua y muy malos en Matemáticas, ya aquella decisión primera de la RAE contra la tilde, tan nuestra, nos descuadró, hasta el punto de considerarla casi una traición. La lengua, como otros saberes, tiene sus normas y sus obligaciones, que hacen de ella una materia rigurosa y reconocible. Es evidente que, para su buen uso, se requiere un previo aprendizaje que será tanto más provechoso cuanto más tiempo emplee el aprendiz en escribir y, sobre todo, en leer con cierta frecuencia, algo al alcance hoy de muchos, afortunadamente. Si en algo hemos avanzado en los últimos cincuenta años, es precisamente en el esfuerzo del país, pese a todo, en proporcionar el acceso a una educación digna a amplias capas de la sociedad, con profesores preparados y nunca bien valorados capaces de transmitir los conocimientos suficientes para respetar la ortografía. Como en otros asuntos, se trata más de una cuestión de esfuerzo que otra cosa, no siendo la desigualdad ni mucho menos un tema menor, pero tampoco el más importante.

Por eso, cuando el otro día salió el director de la RAE para matizar la reacción de la Academia al debate planteado, en el sentido de dejar al arbitrio del escribiente la decisión de incorporar o no la tilde en función del contexto y su posible confusión con el uso del adjetivo, pero manteniendo la postura favorable a su eliminación, sentí ver de nuevo, también aquí, una muestra más de esa deriva hacia lo cómodo e insustancial tan de este tiempo. Por supuesto, seguiré militando en el equipo perdedor de los tildistas, aunque sólo sea para no dejar solos a lo que hace ya unos años se esforzaron por enseñarnos a tratar bien nuestra lengua.

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