Variedades

El ideal ilustrado de la pedagogía ha acompañado a la profesión desde los días de las primeras gacetas

Sin dejar de ver sus numerosas ventajas, los menos tecnófilos solemos dirigir la atención a los aspectos más inquietantes del nuevo orden digital, que no anulan aquellas, desde luego, pero sirven para evaluarlas desde una posición que dista mucho del entusiasmo acrítico. Desde hace años, no pocos de los expertos que pontifican sobre el obligado aggiornamento del oficio periodístico tienden a medir a los usuarios por su propio rasero, de ahí que infravaloren la inteligencia de los lectores o su capacidad de entendimiento y defiendan sin rubor el todo mascado, haciendo gala de una especie de populismo que califica de densa, trasnochada o elitista cualquier muestra de criterio, sensibilidad o buen gusto. Los buenos comentaristas políticos, sin embargo, como los buenos cronistas de sociedad, los buenos críticos de música o teatro o los buenos analistas deportivos nos benefician a todos, aunque no sigamos la política, los movimientos sociales, los espectáculos o los partidos, aunque sólo nos atraiga el lado más superficial o anecdótico de la actualidad, aunque practiquemos una dieta de estricto zafarrancho. Hay por supuesto muchos excelentes periodistas que son regularmente seguidos por un público amplio, que sitúa sus colaboraciones entre las más leídas, pero no hacían falta los clics para saber que lo más demandado no es siempre lo más valioso. Ya teníamos la prensa sensacionalista y la prensa basura, esos tabloides de difusión millonaria que alientan las bajas pasiones y proyectan una mirada zafia y autocomplaciente, orgullosa de su ignorancia. Es la misma basura que se cuela ahora en las webs de todos los periódicos, acogida a reclamos groseros que persiguen la atención del lector embrutecido o infantilizado, con perdón de los benditos niños. Los enterados que se las dan de modernos, tan transparentes a la hora de exhibir su insolvencia, viven inmersos en un submundo de tópicos y naderías y creen que no existe nada reseñable que suceda al margen de su teclear frenético. Arden las redes, dicen, como si no supiéramos que se refieren a los mismos pocos miles de zoquetes ociosos que buscan en la refriega su momento de gloria. Los diarios nos reflejan y no están para halagar a los lectores descerebrados, sino para mostrar, por así decirlo, nuestro lado mejor, pues las miserias afloran por todas partes y no necesitan de más escaparates. Íntimamente ligado al nacimiento del periodismo, el ideal ilustrado de la pedagogía ha acompañado a la profesión desde los días de las primeras gacetas dieciochescas. Sería una lástima que sus desmedrados sucesores acabaran convertidos en una estomagante y prescindible colección de variedades.

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