Acoso escolar (I). Ecos del silencio

31 de octubre 2025 - 03:08

El móvil de Marta vibraba. La enésima notificación. Era un correo airado de la madre de David, uno de sus alumnos, exigiendo una “solución inmediata” al acoso que sufría su hijo. El agresor, Mateo, era reincidente.

Marta suspiró. En su colegio tenían protocolos, comunicaban de inmediato a la inspección educativa, daban charlas… hasta tenían talleres de mediación. Invirtió horas hablando con Mateo, con David, con sus familias. Pero no dejaba de sentirse como una médica a quien se exige curar una enfermedad crónica con una simple tirita. No. Nunca podría sentirse como única responsable.

En casa de Mateo, el ambiente era tenso. Su padre había regañado a su hijo por “meterse en problemas otra vez”. Apenas habló con él en alguna ocasión. “La escuela debe tener más mano dura,“ sentenció antes de volver al portátil. La educación emocional de Mateo no estaba en el currículo familiar; se había delegado por completo.

Marta siempre cuestionó una sociedad que jamás asumió que la escuela sólo es un pilar de la educación. Nunca el tejado completo. “No hay jornada lectiva que pueda compensar la falta de respeto y empatía que un niño no aprende en casa”. Los profesores enseñan matemáticas y literatura. Pero el valor fundamental de no dañar al otro debe germinar en todos los hogares. Al unísono. Sin fisuras.

La situación escaló. David no quiso ir a clase. Su padre, harto de soluciones que no conducían a nada, llamó a su vecino, el padre de Mateo. Se sentaron a hablar. No a culpar. El padre de Mateo admitió, con dolor, que apenas conocía a su hijo. Comprendieron que la raíz del problema no era un protocolo fallido, ni una ley educativa a modificar. Era un déficit social de colaboración y atención genuina. Si David debía aprender a defenderse, si los compañeros deben aprender a tutorizar estas situaciones, Mateo debe aprender a canalizar su rabia y desterrar sus procesos de intimidación. Y ese aprendizaje era una tarea comunitaria.

“Los colegios no son reformatorios,“ dijo Marta al director. “Son un espejo de lo que la sociedad les entrega. Necesitamos que el respeto se eduque”. Ese día, crearon un programa: “Padrinos del Respeto”. La única solución real, concluyó, es forjar una sociedad donde el respeto al otro sea el punto de partida innegociable de toda convivencia.

Una responsabilidad compartida que superaría los muros del aula.

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