Vía Augusta
Alberto Grimaldi
¿Hay también una ‘vía extremeña’?
PARA las familias de David y Mateo, Padrinos del respeto no sería efectivo si no se actuaba sobre y con los medios de comunicación. Plataformas y redes sociales deben optar: ser un amplificador de valores o, por el contrario, un caldo de cultivo para la polarización y la agresión. La implantación del programa desarrolla la exigencia la obligación ética de redes y medios para ser agentes de cambio positivo: aprovechando su impulso mediático, otorgando visibilidad al programa como modelo cívico de éxito, legitimando el esfuerzo de la comunidad y fomentando su replicación en otros lugares; pero también, promoviendo los pilares de Padrinos del respeto: la empatía, la colaboración intergeneracional, el respeto y evitando la trivialización del conflicto como si se tratara de un espectáculo sensacionalista. Y cómo no, conteniendo debates políticos que desvían el foco de las víctimas y las soluciones reales.
El desafío más grande reside en las redes, donde el control es difuso y la agresión anónima. La responsabilidad de velar por un entorno digital respetuoso no puede recaer en una entidad. Debe ser compartida. Grandes plataformas, primeras responsables, deben verse obligadas a implementar mecanismos de control efectivos para el ciberbullying y discursos de odio, incluyendo moderación asistida por IA y respuestas rápidas ante denuncias. Pero también familias y centros deben esforzarse en educar un uso responsable y cívico de las redes.
Padrinos del respeto no puede abordar sólo el acoso en el patio, sino también el ciberbullying: talleres continuos para padres y alumnos sobre la huella digital, la privacidad y, sobre todo, su regla de oro: no hacer en línea lo que no harías cara a cara. Y el individuo. La responsabilidad última recae en él. Fomentar una alfabetización mediática y digital que le enseñe a ser consumidor crítico y responsable de contenidos. Además, el control del contenido dañino en las redes no se logra con una única autoridad. Debe ser un ecosistema que agrupe una autorregulación de contenidos, donde las plataformas deben asumir la mayor carga; una educación cívica digital donde colegios y familias formen usuarios conscientes; y una legislación exigente y restrictiva que exija transparencia a las plataformas, definiendo responsabilidades y prohibiciones ante la difusión de contenidos nocivos o incitación al odio.
Si medios, plataformas, familias y gobiernos asumen su papel, la responsabilidad compartida se extenderá del patio de recreo al espacio digital, utilizando la visibilidad mediática para reforzar el valor fundamental del respeto.
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