Buscaban lo bello, buscaban reflejar el espíritu de su tiempo, buscaban la independencia y también la alegría de vivir. Federico García Lorca y los brillantes amigos que lo acompañaron durante su existencia dinamizaron Granada, se comprometieron con quienes menos tenían, derrocharon talento. Fueron hombres con un espíritu audaz. Cada vez que veo a niños entusiasmados, esperando que comience una función de títeres, vienen a mi mente los teatritos que Federico García Lorca organizaba en la Huerta de San Vicente o en la casa de Fuentevaqueros, dejando siempre las puertas de par en par para todo el que quisiera asistir. Acudían con sus sillas gitanillos, pobres, padres y madres que apenas sabían leer para entretenerse con la gracia y el talento del poeta de Granada. En sintonía con ese espíritu, ayer por la tarde no quise perderme, en el teatro Alhambra, una de las actividades del Festival de los Pequeños: La caja de los juguetes, a cargo de la compañía Etcétera. Y como tantas otras veces que he esperado el comienzo de la función, deseé viajar en el tiempo para conocer esa Granada de Lorca, de Falla y de otro de los amigos de la pandilla: Hermenegildo Lanz, que llegó desde Madrid en septiembre de 1917, para ocupar su plaza de profesor, y rápidamente se incorporó a la efervescente vida cultural granadina asombrando con su portentosa capacidad para diseñar títeres. El director de Etcétera, Enrique Lanz, ha heredado la sensibilidad y el talante de su abuelo, Hermenegildo. Por toda España y el mundo viaja cosechando éxitos con sus originales montajes, sus fantásticos títeres y unos argumentos que no permiten despegar los ojos de la escena. Yo me he topado con Enrique en aeropuertos y trenes. Viajan llenos de baúles y trastos, como corresponde a las grandes sagas de hombres y mujeres de teatro. Desafiando el sueño y el cansancio y dándolo todo al público. Esta compañía cargada de premios y reconocimientos ha bebido en aquellas palabras que dejó escritas Hermenegildo Lanz: "No perdíamos instante, unos y otros nos emulábamos en iniciativas procurando superarnos y superarlas. Cada uno, fuera de quien fuere, la acogíamos y le dábamos cima. Inmediatamente surgía otra que no tardaba en llevarse a la práctica y así una y otra vez, sin paro ni descanso. Igual que el agua, cuando surge del manantial forma el río, así nosotros, manantiales de ideas, formábamos corrientes".

El 6 de enero de 1923, Lorca y otros amigos decidieron hacer a Isabel, hermana de Federico, un regalo inolvidable: la representación con títeres del entremés Los dos habladores, el auto El misterio de los Reyes Magos y La niña que riega la albahaca y el príncipe preguntón. Falla interpretó la música escrita por él mismo en el piano que Lorca adaptó para que sonara como clavicémbalo y Lanz armó el retablillo, pintó los decorados, talló las cabezas de los títeres y diseñó los trajes de los muñecos. Para El misterio de los Reyes Magos, recortó y pintó ciento cincuenta figuras planas basándose en las miniaturas medievales del Codex Granatensis. Meses más tarde, Falla y Lanz estrenaron en París, con gran éxito, El retablo de Maese Pedro. Cuando Lorca ya estaba muerto, Lanz confeccionó por indicación de Falla la cabeza Bombo, con la que entretuvo, durante los bombardeos de 1938, a los niños del barrio. La presencia de sus títeres era el mejor homenaje a su amigo fusilado.

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