Asesinos travelers

14 de noviembre 2025 - 03:08

Que el ser humano conserve reductos de barbarie ya lo sabíamos. Que la guerra lo desate todo –el miedo, la crueldad, el vértigo de matar– también. Pero que haya quienes, ricos y libres, paguen un viaje para acudir a un lugar sitiado con el propósito de abatir civiles indefensos como quien va de excursión... eso ya no es horror: es el fin de cualquier sentido de humanidad. Según investiga la Fiscalía de Milán ciudadanos italianos viajaron a Sarajevo en los noventa, para disparar a personas como si fueran piezas de caza.

Imagínese: un hotel convertido en base de francotiradores. Niños cruzando una calle, mujeres cargando bolsas, ancianos escondidos entre ruinas… y, desde la colina, un turista con rifle, pagando por apretar el gatillo. Un “fin de semana en la guerra” por el que notarios, médicos y abogados pagaban entre 80.000 y 100.000 euros por asesinar cobardemente; si eran niños, aún más. ¿Cómo se explica algo así? Primero, por la banalización del sufrimiento ajeno: cuando la guerra se vuelve espectáculo, el dolor del otro deja de ser humano y se convierte en diana. Segundo, por el privilegio impune que cree que los conflictos son parques temáticos con gatillo. Y tercero, por la absoluta ausencia de humanidad. Disparar a un indefenso ya es una abominación; hacerlo por placer es una afrenta al corazón del decoro humano.

El sitio de Sarajevo, entre 1992 y 1996, dejó más de once mil civiles muertos en lo que se llamó “la avenida de los francotiradores”. Imaginen ahora que, en aquel infierno, algunos ricos pagaban por participar en la matanza. ¿Cómo hemos llegado aquí? Cuando el exceso de armas se mezcla con el ocio idiota y el supremacismo ideológico –porque muchos implicados pertenecían a círculos ultras– el horror deja de ser error de guerra para convertirse en turismo del mal. Y lo peor es que quizá esos asesinos-turistas regresaron a casa con la conciencia limpia, sin pesadillas, mientras quienes sobrevivían eran apenas objetivos de tiro.

Puede parecer un episodio aislado, pero el simple hecho de que sea creíble bastaría para avergonzarnos como especie. Si somos capaces de organizar viajes para disparar a seres humanos desprevenidos, ¿qué barrera ética no hemos traspasado ya? Al final, que alguien pague por matar define el abismo moral. Hacerlo en medio de una ciudad que suplicaba clemencia convierte la tragedia en espectáculo. Quizá el peor enemigo del ser humano sea el propio ser humano cuando se convierte en cazador de su especie. Porque la barbarie –como demuestra Sarajevo– no es del otro: nace de nosotros.

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