DURANTE la sesión de investidura celebrada ayer, Pablo Iglesias, dirigente de Podemos, ha hecho alusión en su intervención al beso en la boca que se dieron en el hemiciclo él y el diputado Xavier Domènech al terminar la intervención de este último. Esta anécdota, muy comentada en los medios estos días, ha servido al ya líder en solitario de la izquierda española para ofrecer un 'pacto del beso' a Pedro Sánchez que les permita gobernar juntos.

Sin embargo, parece, visto lo visto, que ni con tales extemporáneas efusiones vaya a facilitarse el camino de los necesarios acuerdos. El afán de protagonismo, por un lado, y la escasa voluntad de anteponer el interés general al partidario, por otro, dificultan más que las diferencias programáticas la consecución de acuerdos. La facilidad con la que dos partidos, aparentemente en las antípodas del espectro político, se han puesto de acuerdo para cooperar en la investidura, hace pensar que hay mucha maximización de las diferencias en el discurso de todos los grupos políticos. Esta enfatización de lo que nos diferencia resulta perniciosa cuando se trata de intentar encontrar puntos de confluencia. Es más, su exageración es un síntoma claro de que algunos ya están iniciando una nueva campaña electoral y dan por descontado que este no es el momento del acuerdo. Dinamitar toda posibilidad de entendimiento y hacer al mismo tiempo declaraciones encendidas sobre el estado de urgencia en el que viven muchos españoles, no es muy coherente. Si tan perentorio resulta para todos ponerse a trabajar para encontrar nuevas soluciones a los enquistados problemas que nos acosan, no resulta entendible tanto empeño en marcar las obvias diferencias existentes. Pareciera que algunos grupos no pudiendo ganar, ponen más interés en la derrota del otro que en la solución de algún problema. Mientras tanto, a los ciudadanos no nos queda otro papel que el de meros espectadores del circo de varias pistas en el que se convierte la política y en general la vida pública.

Aunque no parece que ni los besos ni otras manifestaciones de afecto vayan a ser la solución del problema, bienvenido sea cualquier gesto de distensión en un momento en el que la obsesión de todos es hacer manifestación pública de sus discrepancias con los demás. Aunque los políticos son de otra especie, no es fácil entender cómo se pueden volver a mirar a la cara después de decirse públicamente de todo.

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