La colmena

Magdalena Trillo

mtrillo@grupojoly.com

La chacha

Ahora no hablamos de chachas sino de empleadas del hogar, pero su realidad sigue siendo compleja

Cuando hace unos años me cambié de casa, descarté un piso fantástico en pleno centro porque tenía dos puertas de entrada: la de los señores y la del servicio. También me sobraba la habitación de la plancha y la doble cocina. Me había enamorado de sus techos altos y sus balcones. Pero me pareció anacrónica, entre destartalada y degradante, la distribución. Y aquello no se resolvía con una obra menor.

Ahora no hablamos de "chachas" sino de "empleadas del hogar", hemos dejado atrás a las "sirvientas" por las "trabajadoras de la limpieza", pero su realidad sigue siendo compleja y escurridiza. Incluso en una sociedad como la nuestra, que pretendemos moderna y avanzada, aunque con pies de barro. Porque la emancipación de la mujer, la conquista del espacio público que hemos peleado derribando los inamovibles muros domésticos, ha recaído (también) en las mujeres. ¡Qué sombría ironía! Cuantos más derechos y cotas de igualdad alcanzamos, más necesarias son esas labores invisibles e ingratas que tienen mucho de generosidad y servicio a los demás pero también de estigmas, clasismo y prejuicios.

Dentro y fuera del hogar. Juliette Binoche nos sumerge en la historia de explotación y contradicciones que Emmanuel Carrère lleva a la gran pantalla a partir de la premiada obra de la periodista Florence Aubenas. La actriz francesa protagoniza En un muelle de Normandía metiéndose en la piel de una conocida escritora parisina que se infiltra en una empresa de limpieza para ponerle rostro a la precariedad laboral desde la realidad de una cincuentona abandonada y fracasada.

La palabra chacha está trasnochada pero no lo que representa. No aparece en la película ni en el real decreto que el Gobierno acaba de aprobar para que las empleadas del hogar tengan derecho a paro y protección frente al despido. Y no hace falta; está en el sustrato. Basta leer los comentarios a la noticia en cualquier periódico digital para darnos cuenta de la pesada mochila que aún arrastramos.

Hace unas semanas se hizo viral una carta de un cura casposa e indecente. Justificaba la caída de la natalidad por la deriva de las mujeres, "solo preocupadas por hacer deporte, tatuarse y cuidar perros", y evocaba los tiempos en los que eran "femeninas y dulces". Que vivían "entregadas a la honrosísima tarea de obedecer a su marido". Entono el mea culpa. Me preocupan nuestros "derechos"; me preocupa la igualdad. No voy a entrar en si se debió publicar o no, lo grave es la opinión en sí. Más compartida de lo que nos atrevemos a escribir.

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