La ciudad y los días
Carlos Colón
Montero, Sánchez y el “vecino” Ábalos
Entre las figuras más inicuas que transitaron el siglo XX destaca la del “intelectual/artista comprometido”. Aclaremos que se da por hecho que ese “compromiso” es siempre con las ideas y las causas de la izquierda, sean los planes quinquenales de Stalin, la Revolución Cultural de Mao, o las colectas proetarras de los socialdemócratas europeos, que en su día levantaron olas de entusiasmo entre lo más granado del Café de Flore de París. Todavía hoy, como hemos visto en el reciente manifiesto de apoyo al presidente Sánchez, lo más visto de nuestra cultura e industria del ocio (más de lo segundo que de lo primero) sigue gustando de meterse de vez en cuando un lingotazo de buen “compromiso”. Por los viejos tiempos, “¡puaj!”
Si existe aún en España un ejemplo de “intelectual comprometido” ese es Luis García Montero (señalar a Miguel Ríos nos parecería excesivo), siempre dispuesto a seguir los peores pasos de Alberti. Al director del Instituto Cervantes, en vez de recordar que su cargo institucional le obliga a cierta prudencia, le gusta meterse en todos los charcos que le salen al paso. Eso no significa que siempre se equivoque. Por ejemplo, acierta cuando arremete con lengua acerada contra la política de acoso de Trump al idioma español. No creo que haya un ciudadano de la España sin privilegios fiscales, políticos y judiciales (los de Puigdemont, por ejemplo, no se incluyen) que no aplauda su encendida defensa de la lengua de Quevedo. Pero García Montero va más lejos y critica, en general, el “odio a lo hispano”. ¡Olé, don Luis!, no podemos estar más de acuerdo. El problema, quizás, es que cuando todas esas agresiones a nuestro idioma y a nuestras razas ubérrimas las ladran sus amigos, usted hace un don Tancredo. Está bien que arremeta contra el arancelario Trump, ¿pero por qué no dice ni pío cuando Gustavo Petro llama “genocidas” a los españoles que fundaron hace 500 años la ciudad colombiana de Santa Marta (la que tiene tren, pero no tranvía)? ¿Es que podrían existir esos hispanos de EEUU que usted defiende sin los españoles fundadores de urbes y universidades? ¿Es que puede tener algo de defendible una cultura nacida de un genocidio? ¿O por qué esconde la cabeza en el suelo patrio cuando en Cataluña los matones lingüísticos recorren los comercios de barrio para amenazar a los rotulados en español o en los patios de los colegios marginan a los niños que parlan castellá? No dudo de que usted quiere y defiende el idioma español, pero más ama su “compromiso”. Es decir, su militancia.
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