La chauna

José Torrente

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La concordia

Iba triunfando el Estado de derecho hasta que Sánchez puso en entredicho a la justicia española ante Europa

Insistía el presidente del Gobierno en hablar de concordia en aquel acto a oscuras que protagonizó en el Liceo de Barcelona, organizado por la factoría de efectos especiales y mercadotecnia política de Moncloa que dirige Iván Redondo.

Han escogido la palabra concordia, hipócritamente, adjudicándose la venia de la empatía del pueblo para conducir su estrategia hacia la sensibilidad de la gente, dada cuenta de lo difícil que se lo ponen las leyes democráticas vigentes al interés particular del sanchismo. En esa concordia solo existe el beneficio para quienes quieren acabar con los actuales límites territoriales del Estado.

El espantajo del "conflicto", alentado por el independentismo catalán y el exlehendakari Ibarretxe como seguidismo infame del que trató de imponer como mito el relato de la sangrienta ETA, no podía tener mejor noticia para su cocción, hervor y posterior degustación, que este inmenso favor que le hace el gobierno socialista, otorgándole una presencia protagonista con la que nadie hubiera siquiera soñado en el mundo indepe hace unos meses.

Iba triunfando el Estado de derecho, agonizaba por el triunfo de la legalidad la violencia lacista, hasta que Sánchez decidió parar el rodillo inapelable de la ley poniendo en entredicho a la justicia española ante Europa. Ni Puigdemont hubiera sido capaz de idear una estrategia tan rentable para su causa en su "guerra" desde Waterloo contra la democracia española.

Sánchez habla de concordia porque no puede imponer el silencio que le gustaría que tuvieran aquellas sentencias que no se acomodan a sus intereses políticos. Impone el recurso retórico del diálogo porque las "piedras en el camino" del Tribunal de Cuentas son tropiezos para su ruta. Prevaricaciones justas en su código político penal sanchista. A la carta, según convenga al momento numérico de sus apoyos parlamentarios. El auto indulto, que dijo el TS.

Sánchez pretende imponer la concordia, invadiendo con su intención nuestro Estado de derecho, orillando el poco acomodaticio poder judicial y, una vez más, faltando a su palabra. Una concordia que no surge de la espontaneidad que la haga deseable, de la igualdad que la entienda justa, sino del privilegio de unos pocos.

La concordia que exhibe Sánchez no es más que el primer eslabón de un camino federal para esa nación de naciones que inventó el ínclito Iceta. Ya hablan sin tapujos de reformar la Constitución para que el referéndum sea posible. Pero él lo llama concordia.

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