Confabulario
Manuel Gregorio González
Lotería y nacimientos
En el programa Más vale tarde de la Sexta, los personajes se confiesan en abierto. El viernes por la tarde, quedó claro que en el interior de los partidos lo que se lleva es el secreto de confesión, la omertá. Otra cosa, y esto lo dijo en 1963 Marshall McLuhan: “El mensaje es el medio”. Es decir, todo lo que se cocina en ese programa, en el que habitualmente los presentadores se hartan de zampar, acaba en comida basura. El crimen más horrendo ‘marida’ con una receta de solomillo con calabaza, que los presentadores engullen con grititos gastroorgásmicos, la mar de indecorosos. Mi tita María les hubiera dicho, “¡niños, con la boca llena no se habla!”. En el programa del día 25, no hubo ni cocina ni crímenes horrendos. Sí, el tiempo, porque si no tuviéramos suficiente con la destrucción de las guerras, nos sirven las DANA a diario. Tras su irrupción en Sálvame o en El Hormiguero, los políticos no deberían esperar que sus mensajes se distingan mucho de los de Pantoja o de los de Belén Esteban, la princesa del pueblo. El medio, la TV y sus programas de cotilleo, terminan triturando cualquier asunto importante, convirtiéndolo en un potito, de fácil digestión. La violación de una mujer, el acoso sexual, la historia de Daniel Sancho, el descuartizador: todo se aborda ‘alegremente’, sin secretos, sin ahorrar al espectador sangre, miembros esparcidos y cuerpos de niños destrozados. A la filósofa Hannah Arendt, que asistió en Jerusalén al juicio del nazi Eichmann, lo que más le chocó fue la banalización del mal que los ejecutores relataban: cumplían órdenes; ellos eran meros funcionarios, no se enteraron muy bien de lo que pasaba… El acoso de un político presumido, arrogante, contradictorio, sermoneador y hegemónico, a una mujer (y los jueces determinarán en qué grado) se banalizó, trufándolo de mucha publicidad, de propaganda monárquica asturiana –con melodrama incluido de heredera del trono, apalancada profesionalmente a su abuela–, de un Serrat (¡lo adoro!) cantando con una voz más trémula que nunca y con admoniciones penitenciales a una artista, confidente de un rey, que puso a su niño de 13 años a grabar escenas de porno blando. Dos horas cocinando unos ingredientes que, al final, quedaron tan homogeneizados como los que tritura la Patiño en el programa Ni que fuéramos Shhh de YouTube.
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