Manual de disidencia
Ignacio Martínez
Un empacho de Juanma
La imputación del exministro Cristóbal Montoro, y de casi todo su equipo, es de una gravedad preocupante. Deja al descubierto, al menos, dos grandes deficiencias de nuestra democracia: la exasperante lentitud de nuestra justicia y el uso indebido del poder por parte de quienes lo ostentan en algún momento.
La dilación de los procesos judiciales, causada por una escandalosa falta de medios, es un mal endémico que afecta al estado de derecho, perjudica a los ciudadanos, destruye vidas y ralentiza, cuando no devasta, nuestra economía. La Justicia lenta no es justicia. Y más, cuando afecta al ámbito político. Aquí, la función disuasoria del Derecho Penal se disuelve como un azucarillo y la ejemplaridad de la pena deviene en una distorsionada caricatura sin aplicación práctica.
Pero aún es más grave el abuso de poder. El capitalismo español siempre ha sido profundamente áulico. La cercanía a los gobiernos en un país históricamente estatista y centralizado ha generado una telaraña de pequeñas corruptelas y enormes corrupciones en las que la política ha sido una mera longa manus de intereses espurios. Y no sólo económicos. Defender lo que nos conviene es legítimo. Llevarlo a cabo, oculto tras las bambalinas del poder, sin la exigible transparencia, pervierte la democracia que requiere, siempre, luz y taquígrafos. Influir en los gobernantes para no ser perjudicado u obtener beneficios de una nueva regulación ni es ventajista, ni ha de ser delictivo. Todos aspiramos a mejorar. Ese y no otro es el objetivo del asociacionismo. Sea laboral, empresarial, vecinal, territorial o cualquier otro. Es legítimo organizarse para demandar rebajas de impuestos para una actividad, solicitar la construcción de una infraestructura u oponerse a ella, por ejemplo. Eso es política. Lo inadmisible es que se haga sin publicidad ni transparencia y además mediante sobornos. Los países anglosajones, donde nació el término lobby, que tiene sus raíces en la propia historia parlamentaria inglesa ya que los ciudadanos y grupos de interés se reunían con los diputados en el vestíbulo de Westminster para influir en los legisladores, lo tienen claramente regulado. Pero aquí preferimos vivir, no sé si en la inocencia infantil de que nuestros gobernantes son espíritus puros o mirando para otro lado mientras esperamos a que le toque a los nuestros. Y de esos barros, tantos lodos.
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