La costumbre de escribir cartas a mano

Una carta venía a decir "eres importante para mí". Ahora todo es distinto. Nadie parece tener tiempo para escribir a alguien

Antes que nada, entono el mea culpa: desde hace muchos años el de la fotillo de arriba no practica esa hermosa costumbre de escribir una carta a mano. El regomello lo tengo desde hace unos días en que leí un anuncio coñazo de esos que saltan en las noticias digitales con una pregunta: "¿Desde cuándo no escribe usted una carta a mano?". La última vez fue hace cinco años para ponerme en contacto con un amigo que vive en el norte y del que solo sabía su dirección. Fue entonces cuando me di cuenta de que se me estaba olvidando escribir a mano.

Hubo un tiempo en el que a todos nos ilusionaba tener carta. El cartero era una parte agradable de nuestra vida. Nos traía las cartas de una amiga que queríamos que fuera nuestra novia o de los compañeros del instituto que se habían ido a vivir a otra ciudad. En la mili el cartero era la profesión más admirada por los sorches, que esperábamos ansiosos las cartas de las novias que nos habíamos dejado en el pueblo. El género epistolar fue considerado incluso un género literario y no son pocas las obras literarias que se basan en la correspondencia de autores. Todos escribíamos cartas y a todos nos ilusionaba recibirlas, menos aquellas que venían con filetes negros en los bordes que anunciaban un luto. Si los filetes eran rojos y azules en cursiva la carta venía del extranjero. Entonces la satisfacción era casi doble: había una persona a miles de kilómetros de distancia que había cogido un bolígrafo para escribirte. Tú le contestabas sabiendo que aquella persona te podía sentir más cercana y comprenderte más profundamente. Había en todo ello algo de romanticismo. Una carta venía a decir "eres importante para mí". Ahora todo es distinto. Nadie parece tener tiempo para sentarse y escribir una carta a alguien. Las nuevas tecnologías lo han invadido todo. A nuestros buzones solo llega propaganda o extractos de banco. Y cuando vemos a un cartero en la puerta con un certificado nos echamos a temblar porque puede ser una multa, una cita en el juzgado o una notificación de Hacienda. Ellos, los carteros, no tienen la culpa de causar estos disgustos, pero es la misión que les han dejado. Llegará el momento en que las cartas escritas a mano solo se vean en un museo, como nosotros vemos ahora los papiros de los egipcios. Si esto es progreso que venga Dios y nos escriba, aunque sea con renglones torcidos

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