Juan Pinilla

Un 13 de diciembre que amarga recordar

LA eterna fuente que emanaba caudal de conocimiento flamenco... El cantaor que sembraba esperanzas y recogía escalofríos... El señor que pertenecía al club de la ironía, a una peña de "vagos" en la que decía arreglar el mundo con dos palabras... El paisano que, lejos del estruendo de cuanto se escribía sobre su figura, no miraba los relojes ni el calendario en las noches que trascendía el cante y las copas con los amigos de siempre, aquel niño albayzinero que se crió en las inmediaciones de la catedral y venía del "mundo del currelo". Aquel cantaor ya curtido por la experiencia que aseguraba sufrir por la crisis que siempre había tenido África, como respuesta ante las preguntas incesantes sobre la crisis actual. Aquel ser apartidista que sabía hablar con respeto, tacto, sin dilaciones ni florituras, que sabía poner la palabra exacta en el momento necesario. Aquel caballero de formas elegantes, en el escenario y en la calle, cuya obra musical roza las cotas más altas del pensamiento del siglo XX y cuya dimensión personal se disgregaba, desde lo divino hasta lo humano, en un abanico de amistades y cariños sinceros en torno al último gran genio del cante flamenco.

Las efemérides, que sirven, entre otras cosas, para recordarnos que el tiempo sigue sumando aunque el sol se levante todos los días del mismo modo y nosotros casi no percibamos el paso del tiempo, las efemérides pues, nos traen estos días el primer aniversario de la desaparición de tan colosal figura para nuestra música y nuestra cultura. Don Enrique Morente Cotelo cuenta un año de su ausencia. Al mazazo anacrónico de su muerte, que sumió al flamenco en un luto y aletargo del que aún no ha despertado, persigue esa difícil tarea de desligar de lo cotidiano la fugacidad de los encuentros con este gran personaje. Nos habíamos hecho a la idea de que en cualquier rincón de Granada, fuese en la mañana comprando en el sempiterno mercado callejero de las inmediaciones de San Jerónimo, o en cualquier acto inesperado o taberna de amigos y allegados, podríamos encontrarnos al genio, su abrazo y mirada entrañable y cercana.

Enrique se fue sin hacer todo ese ruido que hacen los héroes cuando se marchan. Y ocurre siempre que cuando se da un desenlace brusco e inesperado como el suyo, quedan proyectos en el aire. La muerte le sobrevino trabajando, en pleno proceso creativo, en unas condiciones vocales inauditas y un dominio de la técnica y la fantasía musical que ofrecían un producto carísimo en cada una de sus intervenciones, verdaderas joyas musicales que el público paladeaba sin pestañear en los directos del genio albayzinero. Este es el caso de los discos y obras póstumas, generalmente en directo, que durante estos meses han ido apareciendo, brillantes, y testimonios indispensables.

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